No existe fruta en todo el mundo, que haya sufrido una campaña de desprestigio como la que viene soportando la manzana desde tiempos inmemoriales. Símbolo inindiscutido de la tentación, este fruto ha sido sindicado, por ejemplo, como responsable indirecto de una mítica guerra.
Es que en aquellos tiempos en que los dioses vivían en el Olimpo, se celebró la boda de Peleo y Tetis. Se realizó, pues, una gran fiesta a la que no fue invitada la diosa Eris, famosa por generar siempre discrepancias entre quienes la rodeaban. Llena de furia por no haber sido parte del convite, Eris se presentó en la boda dispuesta a hacer de las suyas (cualquier similitud con el inicio de La bella durmiente no es pura coincidencia). No obstante, lejos de armar un escándalo ella misma, y hábil en el arte de la discordia, Eris sólo tuvo que depositar sobre la mesa una manzana de oro, que tenía tallada la inscripción "Kallisti" (que significa "para la más bella"). Sólo eso fue suficiente... es que alrededor de dicha mesa se encontraban las diosas Hera, Afrodita y Atenea, quienes en seguida se adjudicaron la pertenencia del fruto dorado.
Como no se ponían de acuerdo, ya que las tres presentaban argumentos igualmente válidos, decidieron acudir a Zeus, para que zanjara en la disputa. Obviamente, Zeus no era el dios de dioses por nada, y decidió no ser parte de la pelea femenina. Sin embargo, eligió al príncipe troyano Paris, para que oficiara de juez en el litigio, confiado de que haría la elección más imparcial posible.
Conocida la decisión de Zeus, las diosas fueron al encuentro de Paris para que ofreciera su veredicto. Ante la imposibilidad del muchacho de elegir, las diosas decidieron tentar al joven con otras cosas para conseguir ser distinguidas con la dorada manzana de la discordia.
Hera, esposa de Zeus, le ofreció -si era elegida- todo el poder que pudiera desear. Por su parte, Atenea, diosa de la sabiduría y de la guerra, tentó al príncipe con la invencibilidad en las guerras (otras versiones del mito hablan de una sabiduría sin límites). Y Afrodita, la diosa del amor, le prometió al muchacho el corazón de la mortal más bella del mundo... Helena. Paris no dudó demasiado, y optó por entregarle la manzana de oro a Afrodita.
Fue así que Paris raptó a Helena y la llevó a su ciudad, Troya, para vivir con ella allí felices por siempre... claro que ninguna de las diosas le había ofrecido la felicidad, y él no contó con que el marido legítimo de Helena (Menelao, rey de Esparta) quisiera recuperar a su esposa. Lo que sigue, es bien conocido: la guerra de Troya, los diez años de sitio, y la leyenda del Caballo.
Volviendo a la manzana, cuentan los redactores de la Biblia que a Adán y Eva se les prohibió comer el fruto del "árbol de la ciencia del bien y el mal" (el del conocimiento), pero jamás menciona a la manzana como tal, aunque en algún momento de la historia se decidió que fuera éste el "fruto prohibido" que alejó a Adán y Eva del Paraíso (menuda responsabilidad le endilgaron...).
Más tarde, llegarían los cuentos de hadas, los cuales recogerían el guante y continuarían en esta especie de "operación de prensa" contra la pobre manzana. Tal vez el más conocido de ellos sea Blancanieves y los 7 enanos, donde esta fruta se convierte otra vez en objeto de tentación y tragedia.
Según el psiquiatra Bruno Bettelheim (Psicoanálisis de los cuentos de hadas, págs. 219 y 220), "en numerosos mitos, así como en los cuentos de hadas, la manzana simboliza el amor y el sexo, tanto en su aspecto positivo como peligroso [...]. Aunque Eva fuera seducida por la masculinidad del macho, representada por la serpiente, esta última no podía hacerlo todo por sí sola: necesitaba la manzana, que en la iconografía religiosa simboliza, también, el pecho materno. [...] En la historia de 'Blancanieves'... lo que dicha fruta simboliza es algo que la madre y la hija tienen en común y que yace a nivel incluso más profundo que los celos que sienten la una de la otra: sus maduros deseos sexuales".
Abundan los ejemplos en que la manzana se convierte en protagonista central de diferentes historias, sin embargo, no quiero caer en la tentación de hacer un listado detallado y aburrido de ellos. Al fin y al cabo, todos sabemos que para muestra, basta un botón... o, mejor dicho, en este caso, un mordisco.
Ilustración: "El juicio de Paris", de Rubens (circa 1639), Museo del Prado, Madrid.