domingo, 26 de septiembre de 2010

Un "cacho" de cultura... revanchista

En el principio fue la confrontación. Así podría comenzar un relato de los planteos maniqueístas que se vienen desarrollando en la Argentina desde sus orígenes: morenistas o saavedristas, unitarios o federales, conservadores o radicales, oligarcas u obreros, peronistas o antiperonistas, azules o colorados, y siguen los ejemplos hasta nuestros días.
Uno de esos enfrentamientos es el responsable de que la Biblioteca Nacional haya sido contruida en el predio de la calle Agüero al 2500.
La historia se remonta a inicios del siglo XIX. La exclusiva zona en la que hoy en día se encuentra el edificio no era más que las afueras de la aldea en la que se desarrollaba la vida. El río dibujaba la costa a pocos metros de allí, y se utilizaban esos terrenos como depósito de basura. La población fue creciendo, y Buenos Aires se fue expandiendo. Mariano Saavedra (el hijo de Cornelio) edificó allí una vivienda, y parquizó el terreno circundante. Años más tarde, vendería el lugar a Mariano Unzué, quien construiría allí una mansión de estilo afrancesado, de última moda por aquellos tiempos para las famlias acaudaladas.
Pasaron los años y con ellos el apogeo de la "aristocracia" porteña. La crisis de 1930 provocó que las deudas impositivas de las familias ganaderas se incrementaran, hasta que el gobierno decidió poner en marcha un plan de expropiación de bienes para cubrir el déficit recaudatorio.
Fue así que muchos palacetes de la ciudad de Buenos Aires pasaron a manos del Estado durante de la década del '30. El diputado socialista Enrique Dickman denunció la medida como una forma encubierta de "salvación económica de las familias en crisis" (¿qué hubiera dicho este buen hombre cuando Cavallo -como presidente del Banco Central- estatizó las millonarias deudas privadas, salvando a empresarios de la quiebra, y quebrando a todo un país en 1982?). Muchas mansiones, entonces, se convirtieron en sedes diplomáticas, otras se destinaron a dependencias del Estado, y el palacio Unzué se transformó en residencia presidencial. Sin embargo, fue Juan Domingo Perón el primero y único mandatario que vivió con continuidad en el edificio.
Sólo esto bastó para que la mansión fuese tomada como símbolo del gobierno peronista. Fue en las paredes circundantes a la casona que alguien escribió hacia 1952 "viva el cáncer", mientras la primera dama, María Eva Duarte de Perón, agonizaba en el dormitorio principal ubicado en el primer piso.
Perón continuó ocupando la residencia hasta que la "Revolución Libertadora" lo derrocó en 1955. Caído el régimen populista, el nuevo gobierno se encargó de destruir todo lo que estuviera a su alcance que pudiera hacer recordar a su antecesor. Y el palacio Unzué (enero de 1958) no fue una excepción.
En 1960, mediante una ley del Congreso, se decide destinar el predio a la construcción de la Biblioteca Nacional. Es posible que la idea subyacente haya sido una respuesta al viejo eslogan peronista de "alpargatas sí, libros no"... ¿quién había ganado la batalla después de todo?, pensarían.
Reflexiona Alicia Dujovne Ortiz: "A la caída del régimen, en 1955, la Revolución Libertadora mandó demoler la noble morada hasta borrar los últimos vestigios, para que, en el futuro, ningún presidente argentino durmiera bajo el techo que había cobijado la vergüenza. [...] El sentido estaba claro: erigir, en el mismo sitio que se había refugiado la ignorancia, el símbolo de la cultura" (Dujovne Ortiz, Eva Perón. La biografía, Aguilar, 1995).
Sin embargo, no todo fue tan sencillo, y mucho menos rápido. La batalla contra los fantasmas de un pasado que no les era ajeno no concluyó con las diferentes decisiones administrativas, porque como suele suceder en la Argentina, todo lleva más tiempo del planificado, y mucho más si participa la política. Desde el dictado de la ley 12.351 hasta la elección de la propuesta arquitectónica (a cargo de Clorindo Testa) pasaron diez años. Y tendrían que transcurrir veintidós años más hasta que el edificio fuese inaugurado (1992).
La confrontación entre peronistas y antiperonistas redactaba, de esta forma, un capítulo más de una novela en la que sus protagonistas viven empantanados en una guerra que no conduce a ningún final feliz, aunque eso pareciera no importarles.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La Confitería Munich de Costanera Sur

Es sabido que a fines del siglo XIX y principios del XX, Mar del Plata era un lugar exclusivo donde la aristocracia viajaba de veraneo. Las otras clases sociales debían conformarse con las costas del Río de la Plata, que -justo es decirlo- no estaban contaminadas. En 1916, asume la presidencia Hipólito Yrigoyen, un hombre que, a diferencia de sus antecesores, centró sus políticas más en el "pueblo" que en la "oligarquía". Una de sus medidas fue dotar de un lugar de esparcimiento estival a la gran cantidad de personas que no podía viajar a la costa.
Inaugurado el balneario municipal (1918), el intendente de Buenos Aires se encontró con un problema, los puestos callejeros de comida habían proliferado de manera alarmante (nada nuevo bajo el sol). Sin embargo, a diferencia de las políticas permisivas de hoy en día, en ese momento se concesionaron distintos lotes para la construcción de un polo gastronómico, al tiempo que se prohibía la venta de alimentos en lugares no habilitados.
Es así como en uno de los lotes, el arquitecto croata Andrés Kálnay construyó en 1927 en tiempo récord (cuatro meses y ocho días, ¡y sin paredes de durlock!) el edificio que albergaría a la Confitería Munich, en estilo art decó (lo más top de la época) fusionado con el purismo checo y las líneas de la Escuela de Viena.
Kálnay (foto, posando en una de las galerías laterales) no sólo se ocupó de la idea y los trazos generales de la construcción de este "palacio" de forma levemente piramidal y escalonada, sino que también en ese mismo lapso ideó los vitrales, las molderías y todo tipo de detalle, como el diseño de la vajilla.
La Confitería también fue conocida como "La Cervecería Munich" dado que su especialidad eran las comidas y las bebidas alemanas, aunque la cerveza que se sirviera no fuese importada, sino proveniente de la zona de Quilmes.
A diferencia de lo podría haber sido la idea original, poco tardó el lugar en convertirse en un sitio exclusivo. La Munich de Costanera Sur fue el punto de encuentro de grandes personalidades de la época (Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear, Alfonsina Storni, Belisario Roldán, etc.), lo cual ayudó a que fuese adquiriendo prestigio. Paralelamente, el balneario municipal pasó de moda, y hacia la década del '50 la movida del verano se fue mudando al parque-balneario La Salada, mientras que el gobierno del general Perón ya se había encargado de construir el complejo de Chapadmalal, para popularizar el veraneo en la costa del Mar Argentino bonaerense.
Hacia los años '60, el carácter "exclusivista" de la Confitería se acentuó de tal manera, que una cena para dos personas podía llegar a costar tanto dinero como el 25% del sueldo de un obrero. De hecho, en aquella época en que el noviazgo "con todas las de la ley" era tan importante, era común que los muchachos (los que podían ahorrar, claro está) invitaran a una chica en la primera cita a tomar el té en La Munich, como señal de que buscaban algo "serio".
Los embates de la política argentina también se colaron en la vida de la confitería, y cuando la violencia comenzó a ser moneda corriente, la zona portuaria fue blanco de un par de atentados, lo que motivó el virtual cierre de la zona. Es decir, se podía acceder, pero previo "interrogatorio" y exhibición de documentos. De más está decir que esta medida minó el desarrollo del restorán, y poco a poco fue marchitándose frente a ese río que lo había visto nacer.
En la década del '70 cerró definitivamente, y el edificio quedó abandonado. Poco a poco, fue saqueado, y con el paso del tiempo, fue ocupado por quienes no tenían dónde dormir.
La dictadura asumida en 1976 se debatió entre derrumbar la obra de Kálnay o reciclarla con otro fin, fue así que a principios de 1980 se instala en el lugar el Museo de Telecomunicaciones a cargo de la empresa estatal ENTeL. Algunos de los vitrales con motivos alemanes fueron desarmados y puestos en su lugar otros con ilustraciones de satélites y antenas, que en la actualidad le dan un toque bizarro a algunas aberturas. En 2002, el Gobierno de la Ciudad recuperó el edificio, e instaló allí la Dirección de Museos. Si bien la construcción se encuentra ampliamente desaprovechada, al menos hoy en día se la puede recorrer, y admirar lo que queda de la obra de aquel arquitecto tan perfeccionista que no dejó nada librado al azar. Todo tiene una simbología, cada dibujo en las baldosas, cada moldura, todo tiene una explicación. Tal vez sea este detalle lo que salvó a la ex Confitería Munich de caer abatida por el paso de la historia.
Vista de la terraza con el VIP al aire libre (izquierda). Imágen del VIP circular en la que se pueden apreciar los vitrales. Las puertas corredizas permitían cerrar el lugar a miradas indiscretas de adentro, y abrir el pequeño balcón con vista al río (centro). Moldura del exterior. El búho parado sobre una jarra volcada de cerveza, a los pies del hombre (que tiene un libro en su mano como señal de que es alguien instruido), representa la sabiduría de dejar de beber a tiempo (derecha).

viernes, 10 de septiembre de 2010

Tentadora y peligrosa

No existe fruta en todo el mundo, que haya sufrido una campaña de desprestigio como la que viene soportando la manzana desde tiempos inmemoriales. Símbolo inindiscutido de la tentación, este fruto ha sido sindicado, por ejemplo, como responsable indirecto de una mítica guerra.
Es que en aquellos tiempos en que los dioses vivían en el Olimpo, se celebró la boda de Peleo y Tetis. Se realizó, pues, una gran fiesta a la que no fue invitada la diosa Eris, famosa por generar siempre discrepancias entre quienes la rodeaban. Llena de furia por no haber sido parte del convite, Eris se presentó en la boda dispuesta a hacer de las suyas (cualquier similitud con el inicio de La bella durmiente no es pura coincidencia). No obstante, lejos de armar un escándalo ella misma, y hábil en el arte de la discordia, Eris sólo tuvo que depositar sobre la mesa una manzana de oro, que tenía tallada la inscripción "Kallisti" (que significa "para la más bella"). Sólo eso fue suficiente... es que alrededor de dicha mesa se encontraban las diosas Hera, Afrodita y Atenea, quienes en seguida se adjudicaron la pertenencia del fruto dorado.
Como no se ponían de acuerdo, ya que las tres presentaban argumentos igualmente válidos, decidieron acudir a Zeus, para que zanjara en la disputa. Obviamente, Zeus no era el dios de dioses por nada, y decidió no ser parte de la pelea femenina. Sin embargo, eligió al príncipe troyano Paris, para que oficiara de juez en el litigio, confiado de que haría la elección más imparcial posible.
Conocida la decisión de Zeus, las diosas fueron al encuentro de Paris para que ofreciera su veredicto. Ante la imposibilidad del muchacho de elegir, las diosas decidieron tentar al joven con otras cosas para conseguir ser distinguidas con la dorada manzana de la discordia.
Hera, esposa de Zeus, le ofreció -si era elegida- todo el poder que pudiera desear. Por su parte, Atenea, diosa de la sabiduría y de la guerra, tentó al príncipe con la invencibilidad en las guerras (otras versiones del mito hablan de una sabiduría sin límites). Y Afrodita, la diosa del amor, le prometió al muchacho el corazón de la mortal más bella del mundo... Helena. Paris no dudó demasiado, y optó por entregarle la manzana de oro a Afrodita.
Fue así que Paris raptó a Helena y la llevó a su ciudad, Troya, para vivir con ella allí felices por siempre... claro que ninguna de las diosas le había ofrecido la felicidad, y él no contó con que el marido legítimo de Helena (Menelao, rey de Esparta) quisiera recuperar a su esposa. Lo que sigue, es bien conocido: la guerra de Troya, los diez años de sitio, y la leyenda del Caballo.
Volviendo a la manzana, cuentan los redactores de la Biblia que a Adán y Eva se les prohibió comer el fruto del "árbol de la ciencia del bien y el mal" (el del conocimiento), pero jamás menciona a la manzana como tal, aunque en algún momento de la historia se decidió que fuera éste el "fruto prohibido" que alejó a Adán y Eva del Paraíso (menuda responsabilidad le endilgaron...).
Más tarde, llegarían los cuentos de hadas, los cuales recogerían el guante y continuarían en esta especie de "operación de prensa" contra la pobre manzana. Tal vez el más conocido de ellos sea Blancanieves y los 7 enanos, donde esta fruta se convierte otra vez en objeto de tentación y tragedia.
Según el psiquiatra Bruno Bettelheim (Psicoanálisis de los cuentos de hadas, págs. 219 y 220), "en numerosos mitos, así como en los cuentos de hadas, la manzana simboliza el amor y el sexo, tanto en su aspecto positivo como peligroso [...]. Aunque Eva fuera seducida por la masculinidad del macho, representada por la serpiente, esta última no podía hacerlo todo por sí sola: necesitaba la manzana, que en la iconografía religiosa simboliza, también, el pecho materno. [...] En la historia de 'Blancanieves'... lo que dicha fruta simboliza es algo que la madre y la hija tienen en común y que yace a nivel incluso más profundo que los celos que sienten la una de la otra: sus maduros deseos sexuales".
Abundan los ejemplos en que la manzana se convierte en protagonista central de diferentes historias, sin embargo, no quiero caer en la tentación de hacer un listado detallado y aburrido de ellos. Al fin y al cabo, todos sabemos que para muestra, basta un botón... o, mejor dicho, en este caso, un mordisco.
Ilustración: "El juicio de Paris", de Rubens (circa 1639), Museo del Prado, Madrid.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Una (breve) historia de película

Las películas de cine han captado la atención y admiración de millones de personas, desde su nacimiento en 1895. Nuestro país no se mantuvo al margen, y prefirió no ser un espectador más de ese nuevo desafío que se presentaba en el mundo del entretenimiento. Hacia fines del siglo XIX, Buenos Aires miraba con avidez a su modelo más querido, Europa, y no tardó en traer a estas latitudes la sorprendente atracción de las imágenes en movimiento. Sólo unos meses después de la proyección original de los hermanos Lumière en el Viejo Continente, se realizó en el Teatro Odeón la primera función en la ciudad (18 de julio de 1896). Algunos investigadores sostienen que no fue ésta la primera proyección en Buenos Aires, sino que el 6 de julio de 1896 se realizó en Florida 344 la exhibición de imágenes en movimiento realizadas por la competencia británica de los Lumière, la Escuela de Brighton.
Más allá de la divergencia, lo importante es el éxito que tuvo la iniciativa, pues abriría la puerta a una industria que alcanzaría con el correr de los años los máximos galardones mundiales por su calidad.
Hacia 1900 se inauguró la primera sala de cine porteña, el Cinematógrafo Nacional, ubicada en Maipú 471. En ese mismo año, abrieron sus puertas dos salas más en la ciudad, lo cual demuestra la aceptación que tuvo en el público de inicios del siglo XX. Las películas, en esa época, eran proyecciones cortas de determinados acontecimientos, como por ejemplo, la llegada del presidente brasileño Campos Salles a la Argentina, o imágenes tomadas en un parque de diversiones en el barrio de Flores. También era común que las salas contaran con un piano para musicalizar en vivo las imágenes (en algunos festivales de cine suelen proyectarse películas mudas con música en vivo, una experiencia por demás interesante para los amantes del cine).
En 1911, apareció la primera sala en la calle Lavalle, inaugurando una zona que llegaría a su máximo esplendor en las décadas del '70 y '80, para luego comenzar a desaparecer y transformarse en galerías o templos evangelistas. Hacia 1913, las crónicas de la época hablan de Lavalle como "la calle de los cines" y "nuestro Broadway".
Como suele suceder en estos casos, la Primera Guerra Mundial provocó la merma del material que llegaba desde el extranjero, lo que redundó en un incremento de la industria nacional. En diciembre de 1914, se estrena en el Teatro Colón el filme Amalia, que es el primer largometraje que admiró el público argentino. En 1915, se estrena Nobleza gaucha, que se convirtió en el primer largometraje exitoso de la industria nacional.
El cine Real (Esmeralda 425) que abrió sus puertas en 1915, contó con el privilegio de ser la sala que el 27 de abril de 1933 estrenara la primera película sonora del cine argentino: Tango. En realidad es la primera sonora sin discos, pues desde la orquesta en vivo, la industria fue probando distintas maneras de agregar sonido sincronizado con las imágenes. La primera película en la historia fue El cantor de jazz (1927), cuyo sonido venía en discos de pasta, sin embargo, para cuando llegó a la Argentina, este sistema ya había caído en desuso.
Pasaron los años y la industria crecía sin parar. Llegaron los grandes estudios de filmación (Lumiton, Argentina Sonofilm, etc.) y con ellos una época de esplendor del cine nacional, con estrellas de la talla de Luis Sandrini, Tita Merello, Delia Garcés, Enrique Muiño, Sabrina Olmos, etc.). En auge de la industria se hace más pronunciado en la década del '40 debido a la Segunda Guerra Mundial. Comienza la etapa de las películas conocidas como "de las divas del teléfono blanco", pues en todas las cintas aparecía un aparato telefónico de este color. En 1946, se estrenó El ángel desnudo en el cine Ópera, en la que Olga Zubarry realizó el primer desnudo de la historia del cine nacional. De más está decir el revuelo que causó en la época, y como no puede ser de otra manera, el escándalo estuvo acompañado de un rotundo éxito.
La tecnología siguió avanzando y masificándose: llega la televisión. El cine, entonces, tiene que buscar la forma de no perder público. Hacia mediados de los años '50 se ensancha la pantalla (CinemaScope) y llegan los primeros ensayos del cine en tres dimensiones.
En la década del '60 se comienza a mirar al público infantil como nicho de mercado, y en 1965 se destina el cine Los Ángeles (Corrientes casi esquina Callao, inaugurado en 1947) a la proyección de la obra de Disney. La sala, de 1.400 butacas, fue la primera en todo el mundo en estar dedicada exclusivamente a la obra de Walt Disney. Hoy es una multisala mutilada por una cadena de fast food.
Las crisis económicas y, nuevamente, la masificación de los avances tecnológicos atentaron otra vez contra la industria. Muchísimas salas cerraron, y otras se vendieron a las grandes cadenas extranjeras, que construyeron cines más pequeños pero con mayor tecnología. Hoy en día se va creciendo la cantidad de películas 3D para hacer frente a la piratería que pone a la venta los dvd de las películas antes de que se estrenen. Y hasta tiene Buenos Aires un espacio en el cual se puede cenar mientras se ve una película.
La industria cinematográfica ha demostrado con creces su capacidad para adaptarse a los cambios que se van produciendo en el mercado. Y es esa misma tecnología que le va quitando público al mejorar las condiciones caseras para ver películas (como el home theatre, los LCD de cada vez más pulgadas y mejor imagen y el Blue Ray) la que también le aporta soluciones para que la gran fábrica de sueños nos ofrezca ilusiones cada vez más reales. No podemos hablar de un "The End", pues es obvio que esta historia continuará...