jueves, 29 de noviembre de 2012

90 años de reinado desde el más allá...


Tutankamón es sin lugar a dudas el faraón más conocido de la historia de Egipto, y sin embargo, su vida no fue relevante desde el punto de vista político ni tampoco en lo que hace a infraestructura de obra. Sí hay que reconocerle que fue parte de la recuperación del antiguo panteón religioso que el faraón Akenatón enterrara cuando decidió cambiar el culto a Amón por el de Atón.
Probablemente, este joven rey de Egipto no tuviera tiempo de desarrollar políticas de Estado significativas debido a su corta edad (se hizo cargo del gobierno a los 8/10 años de vida, y murió antes de los 20 años).
La razón por la que hoy en día es el faraón más reconocido cumple este mes 90 años: se trata del descubrimiento de su tumba, ocurrida el 4 de noviembre de 1922. En esa fecha, la expedición comandada por el inglés Howard Carter y financiada por Lord George Herbert, quinto conde de Carnarvon (conocido como Lord Carnarvon), cuando ya se daba por vencida, realiza un descubrimiento que abriría un nuevo camino en la historia de la egiptología y de la arqueología en general.
Dicen que fue un niño que había en la excavación el que dio cuenta de una grieta extraña en la piedra, y que a partir de ese momento, el trabajo de investigación se revitalizó, al punto de que veinte días más tarde estaban realizando el anuncio que asombraría al mundo.
Según la egiptóloga británica Joyce Tyldesley, el hallazgo tuvo gran repercusión debido a que “el mundo se recuperaba de la Gran Guerra y la devastadora epidemia de gripe que la siguió. Eso llevó a un gran interés por la religión y la vida espiritual, que de alguna manera se transfirió a Tutankamón. Al mismo tiempo fue la primera expedición que se llevó a cabo frente a los ojos de los medios de comunicación: era posible saber lo que ocurría en el Valle de los Reyes casi al mismo tiempo que se iban produciendo los hallazgos en la tumba” (diario El País, España, 2/11/12).
Más allá de esto, que es muy significativo, el descubrimiento de una tumba egipcia intacta fue lo que marcó la gran diferencia. Por alguna razón, la eterna morada del joven faraón logró pasar inadvertida para los saqueadores de tumbas que solían hacer oídos sordos a las maldiciones que se estilaba esculpir en la piedra para quienes osaran interrumpir la paz del gobernante muerto, y vaciaban los sepulcros sin ningún tipo de miramiento.
Ha pasado a la historia la frase de Carter al asomarse por primera vez a ese mundo enterrado por miles de años: “Veo cosas maravillosas”… y sin duda lo eran. La tumba contenía toda clase de objetos que habían pertenecido al joven gobernante, y todos ellos valiosos.
Y si bien el hallazgo de los tesoros completos del faraón son el principal motivo de que el nombre de Tutankamón entrara en la historia de la arqueología por la puerta grande, las mencionadas maldiciones hicieron lo propio para el mundo de la literatura y el cine, y convirtieron al rey y a toda su antigua cultura en fuente inagotable de recursos que multiplicaron su nombre hasta el infinito. Las muertes que sucedieron luego del descubrimiento de la mastaba en el Valle de los Reyes abonaron con fuerza las teorías esotéricas.
Tutankamón tuvo un corto mandato en vida, pero tal vez como premio por restablecer el culto a Amón, los dioses lo premiaron con un reinado más allá de la muerte, que ya lleva 90 años y, al parecer, no pierde vigencia.

Foto: www.historiayarqueologia.com

domingo, 7 de octubre de 2012

La Batalla de la Escalera (Madrid, 1841)

"Asalto de Diego de León al Palacio Real de Madrid", Museo de Romántico de Madrid.

El ser humano libra batallas desde que el mundo es mundo, y han sido tantas a lo largo de la historia que resultan miles las razones, las duraciones y los lugares por las que pudieran catalogarse con la idea de lograr su ordenamiento. De las que he tomado conocimiento hasta ahora, me ha sorprendido una en especial, por el escenario en el que se desarrolló.
Probablemente no sea una "batalla" en sí, sino una rebelión, pero así, al menos, la menciona en la Guía del Palacio (pág. 26). El hecho ocurrió hace exactamente 171 años (7 de octubre de 1841), en la escalinata realizada por el siciliano Francisco Sabatini en el ingreso al Palacio Real español (de Madrid).
Durante la década de 1830, España había vivido agitada por enfrentamientos políticos internos, derivados de la lucha por el trono, del afianzamiento de nuevas ideas políticas y de la convicción de las partes en que cada una de ellas tenía la mejor solución (como suele suceder en estos casos).
La noche del 7 de octubre de 1841, un grupo de soldados comandados por el general Diego de León, redujo a la guardia del Palacio de Oriente, e ingresó por la entrada principal con la misión de raptar a la futura reina de España, Isabel. Superiores en número a los alabarderos del Palacio, y convencidos de que éstos no opondrían resistencia al asalto, llegaron a las escaleras que conducían al corazón del Palacio.
Puerta principal por donde ingresaron las tropas de Diego de León.
Los planes fallaron, y los pocos alabarderos, comandados por el general Dulce Garay, hicieron frente a la tropa que intentaba ingresar a las habitaciones reales.
El enfrentamiento, completamente desigual en número aunque parejo en valentía, se extendió durante varias horas en las escalinatas de mármol, y ante la imposibilidad de consolidar un avance y la suposición de que el general Espartero (regente de gobierno) ya habría solicitado refuerzos para la defensa del palacio, en la madrugada del 8 de octubre, el grupo de asalto emprendió la retirada. Al ver el general Diego de León que era perseguido por un grupo de húsares, decidió entregarse. Fue sometido al Consejo de Guerra, y condenado a muerte por atentar contra la Reina. Al amanecer del 15 de octubre, y desoyendo los pedidos de clemencia hasta de la mismísima Reina (su regente Espartero hizo caso omiso), el general Diego de León fue fusilado junto a la Puerta de Toledo.
Hasta aquí los hechos crudos, sin embargo, la historia se remonta a muchos años antes. El Rey que fue origen de todo esto es nuestro conocido (en América Latina) Fernando VII, quien, luego de tres matrimonios que no le dejaran descendencia, contrae nupcias con María Cristina de Borbón en 1829. Esta vez, engendró dos hijas (Isabel y Luisa Fernanda). En 1830, el Rey promulga una antigua ley, la Pragmática Sanción, que establecía que en caso de que el monarca falleciera sin descendencia de varones, heredaría el trono la primera hija mujer. Fue entonces cuando el hermano del Rey, el infante Carlos, vio perdidas sus ilusiones de hacerse del Trono Español. A partir de allí, ya fallecido Fernando VII (1833), tienen lugar las guerras carlistas, por las que el hermano del Rey (desplazado en sus aspiraciones) intenta hacer valer lo que considera su derecho. Es en ese momento que un joven soldado demuestra su valor e hidalguía en el campo de batalla, en defensa de la regente María Cristina (madre de Isabel). Finalizadas las guerras, y enfrentada también a luchas ideológicas entre liberales moderados, progresistas y carlistas, María Cristina fue "convencida" por las Cortes de que compartiera la regencia con el general Baldomero Espartero, quien había sellado la paz con los carlistas. En breve tiempo, María Cristina fue desplazada de la regencia, quedando Espartero a cargo del gobierno y del cuidado de la Reina hasta que cumpliera la mayoría de edad.
La "batalla de la escalera" se produce porque las tropas leales a María Cristina buscaban raptar a la Reina, pero para llevarla con su madre que había tenido que irse al norte de España. No buscaban más que eso, pero no dio resultado. Fusilado De León, Espartero logró mantenerse en el cargo por dos años más, pero en 1843 fue desplazado por esas mismas internas políticas que lo habían encumbrado. La Reina fue declarada mayor de edad, y con 13 años asumió las responsabilidades del gobierno.
Llama la atención, en pleno siglo XXI, la actitud del general Diego de León, quien con 31 años y un futuro promisorio -pues luego de su desempeño en las guerras carlistas era considerado poco menos que un héroe-, eligió entregarse y hacerse cargo de sus actos, aun a sabiendas de que se le iba la vida en eso. La madrugada previa a su fusilamiento le escribió una carta a su esposa en la que le pedía que lo ayudara a enfrentar sus últimas horas con la valentía con la que había vivido, y argumenta que "la muerte menos temida, da más vida".  Dicen que enfrentó con su uniforme de gala y condecoraciones a sus antiguos soldados encargados de gatillar contra su general, dicen que los miró a los ojos, y él mismo dio la orden, dicen que sus últimas palabras fueron: "que no les tiemble el pulso... al corazón".


domingo, 16 de septiembre de 2012

La curiosa historia de la Casa Rosada



Es la sede del gobierno nacional de la República Argentina, y su evolución arquitectónica bien podría compararse con la historia política del país. Erigida en el lugar que ocupara el antiguo fuerte precolonial, su desarrollo fue por demás desprolijo, y ha pasado por distintos estadios hasta llegar al edificio que conocemos en nuestros días.
Pocos años después de la segunda fundación de Buenos Aires, se levantó sobre las barrancas que asomaban al Río de la Plata la “Real Fortaleza de don Juan Baltasar de Austria”. Con el tiempo, se le agregó un murallón con torreones salientes en sus cuatro ángulos y hasta puente levadizo. Además, se la rodeó de un foso. Hacia el siglo XVIII, con su fisonomía ya asentada, cambió su nombre por “Castillo de san Miguel” (ya que se lo había encomendado a la “protección” de este santo). Al crearse el Virreinato (1776), se reforma la residencia de los gobernadores dentro del fuerte, y se la convierte en “palacio virreinal”. El fuerte fue sede de gobierno desde su origen, salvo durante el mandato de Rosas, quien lo usó para la reserva de tropas.
A medida que crecía el Virreinato, y luego de 1810, la Confederación, la sede de gobierno era modificada, y refaccionada; se derrumbaban distintas secciones del fuerte y se buscaba modernizar el lugar. En 1820, por ejemplo, el presidente Rivadavia sustituyó el puente levadizo por un portón de estilo neoclásico.
Hacia 1855, se construyó detrás del fuerte la Aduana Nueva, conocida también con el nombre del ingeniero inglés que se encargó del proyecto (Aduana de Taylor). Cuarenta años más tarde dejaría de funcionar, para dar paso al proyecto conocido como Puerto Madero (también en honor a su creador, Eduardo Madero), construido sobre terrenos ganados al río.
Durante su presidencia (1868-1874), Domingo Faustino Sarmiento se mostró particularmente interesado en la comunicación, probablemente porque la interpretaba como un símbolo de desarrollo, que tanto le preocupaba. Además del conocido impulso a la educación, fue en su gobierno que la actividad postal tuvo un importante crecimiento. El 5 de octubre de 1872 se dicta la ley 556, por medio de la cual se expresaba la necesidad de construir oficinas de correo en todo el país y una sede principal, que estaría ubicada en la esquina suroeste que había ocupado el antiguo fuerte, al lado de la casa de gobierno. La proximidad de ambos edificios da una idea del rol destacado que tenía la actividad para el gobierno de Sarmiento. La construcción de la “Casa de Correos y Telégrafos” estuvo a cargo del arquitecto sueco Carl Kihlberg.
Si bien durante la presidencia de Sarmiento también se reacondicionó el antiguo “palacio virreinal” (por ejemplo, es de esta época que toma el color rosado que le daría su nombre), el contraste entre el flamante edificio de correos y la sede del gobierno nacional era muy grande. Fue Julio Argentino Roca, durante su primer mandato (1880-1886), quien encarga al arquitecto sueco Henrik Aberg la construcción de la nueva casa de gobierno sobre la esquina noroeste del antiguo fuerte, con la premisa de que mantuviera similares líneas arquitectónicas con la Casa de Correos y Telégrafos, que tan buen impacto había producido en la población. Hacia 1884, se podían ver dos casas similares (no iguales, pues la de gobierno tenía balcones que la de correos no poseía) separadas por una pequeña calle, al fondo de la cual se divisaba la vieja casa virreinal.
Vista de la casa virreinal y al fondo el edificio de correos.
La República Argentina continuaba creciendo, y con ella, las necesidades administrativas del gobierno nacional. Para solucionar este tema, se decidió anexar el edificio de correos al palacio gubernamental, pero no sólo en lo que hace a tareas, sino también arquitectónicamente. El proyecto fue encomendado al arquitecto italiano Francisco Tamburini, quien ideó un gran arco de triunfo para unir ambas fincas, con la idea de que fuera utilizado como puerta principal de acceso. Además de cerrar completamente la manzana con una construcción de estilo italiano, una gran fachada de cara al río y la explanada en el lado norte. El edificio de correos se trasladó entonces a la esquina de Bolívar y Moreno, y la casa virreinal fue demolida por completo, proyectándose en su lugar el conocido “Patio de las Palmeras”.
Con la obra de Tamburini se hizo notoria una mínima diferencia de altura existente entre los dos edificios, la cual quedó plasmada en la irregularidad que presenta la unión de la ménsula de la otrora Casa de Correos con la del arco correspondiente a Balcarce 50. Además, en el agregado realizado por el lado norte (el de la explanada) también se puede ver cierta “desprolijidad” en la unión con la casa de gobierno construida por Aberg.
Irregularidad en la unión de ménsulas.
Otra desprolijidad en la obra de Tamburini.
Tanto el edificio de Kihlberg como el de Aberg tenían techos de mansardas que se mantuvieron hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando se cambiaron por planchas de cobre. Desde 1891, la fachada este se encuentra presidida por el grupo escultórico “Las artes, la ciencia y el trabajo coronan la República”, obra del artista italiano Achille Bianchi.
La casa de gobierno está edificada sobre una barranca, lo cual hace que la fachada del lado oeste cuente con tres pisos, mientras que la del este presenta cuatro niveles.
Durante la presidencia de Roque Sáenz Peña (1910-1914), la sede de gobierno fue utilizada también como vivienda por el primer mandatario, pues una enfermedad que lo aquejaba lo imposibilitaba para trasladarse con comodidad. Sáenz Peña fue el único presidente que vivió en Balcarce 50 (como también se denomina a la Casa Rosada, aunque ya no sea la dirección de ingreso oficial). Remodeló, pues, el lado noreste, donde fijó su residencia. Las modificaciones edilicias, que incluían un jardín de invierno, estuvieron a cargo del arquitecto francés Norbert Maillart (autor también de la sede de Tribunales, el Colegio Nacional de Buenos Aires y el Palacio del Correo, las dos últimas con la colaboración del ruso Jaques Spolsky).
El predio que ocupara la antigua Aduana de Taylor se transformó en un parque que también fue modificado con el paso de los años. El proyecto original estuvo a cargo del paisajista Carlos Thays y fue inaugurado en octubre de 1904. En 1921, se terminó el monumento a Cristobal Colón, esculpido en mármol de carrara por el artista Arnaldo Zocchi, donado por el gobierno italiano en reconocimiento a los festejos del Centenario (1910).
Hacia finales de la presidencia del radical Marcelo Torcuato de Alvear (1922-1928), se decidió ampliar las oficinas de la casa de gobierno, y se avanzó sobre el sector que había modificado Sáenz Peña, por lo cual se perdieron el jardín de invierno y una galería en planta baja, entre otras cosas.
No obstante, la metamorfosis de la sede administrativa nacional no sólo no termina ahí, sino que le aguardaban los retrocesos más grandes y violentos. En 1937, el presidente Agustín P. Justo firmó el certificado de defunción de la Casa Rosada cuando ordenó su demolición con el fin de que se viera el río desde la Plaza de Mayo. La idea era mudar la sede gubernamental a otro edificio. En cumplimiento de la orden del primer mandatario, se comenzó a derribar la construcción por su lado sur. Con las elecciones y el cambio de gobierno, el nuevo presidente (Roberto Marcelino Ortiz) detuvo la destrucción. A pesar de eso, ya se habían perdido diecisiete metros de la antigua Casa de Correos.
El 21 de mayo de 1942 se dictó el decreto 120.412, por el cual se declaraba monumento histórico nacional a la casa de gobierno, entre otros edificios históricos de la zona, como la Catedral Metropolitana, las ruinas de la Aduana de Taylor (que habían sido descubiertas en excavaciones realizadas con otros fines ese mismo año -tengamos en cuenta que al dejar de funcionar, se rellenó el lugar para avanzar y ganar tierra al río-), etc.
Destrozos provocados por el bombardeo. Al fondo, el actual Ministerio de Economía.
Sin embargo, la decisión de Ortiz no liberaría a la Casa Rosada de otro ataque, esta vez completamente irracional, que se produjo el 16 de junio de 1955 cuando aviones de la Fuerza Aérea y la Marina bombardearon la zona de Plaza de Mayo y la mismísima casa de gobierno con la intención de dar muerte al presidente Juan Domingo Perón. A los destrozos provocados por la intentona, hay que sumar un saldo muchísimo más lamentable: 700 muertos y más de 300 heridos. Aun hoy pueden verse sobre los mármoles de la fachada del Ministerio de Economía (que descansa sobre la calle Hipólito Yrigoyen) las marcas de los proyectiles disparados por los aviones. Meses más tarde volvieron a intentar derrocar al gobierno constitucional, esta vez con éxito.
Marcas de disparos sobre la pared del Ministerio de Economía.
En 1957, el gobierno de facto crea por decreto el Museo de la Casa de Gobierno, en el que seguramente no habría expuestos elementos del gobierno peronista, que desde el golpe de Estado (y durante décadas) pasó a ser un tema prohibido: la proscripción política del Partido Justicialista se mantuvo incluso durante los breves períodos democráticos que intentaron hacer pie por aquellos años.
El edificio de la Casa Rosada no sufrió grandes modificaciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, aunque sí remodelaciones y mantenimientos, algunos de los cuales pueden ser criticados (como por ejemplo, la sustitución de vitrales de las puertas internas para colocar acondicionadores de aire).
En la década de 1990, tras las numerosas protestas contra el gobierno de Carlos Menem, se cercó el edificio con un vallado que suele utilizar la policía durante las manifestaciones. La sucesión de marchas llegó a ser tal, que la división entre la Casa Rosada y todo lo que la rodeaba se tornó inamovible. Luego de los incidentes de 2001 (que terminaron con la renuncia de Fernando De la Rúa), se adelantó el vallado hasta la mitad de la Plaza de Mayo, donde aún hoy permanece.
Durante al administración de Néstor Kirchner, se colocó un enrejado que circundó toda la Casa Rosada y también se cerró el Parque Colón, el cual quedó incluido dentro del perímetro de la sede gubernamental. Sobre la que fuera la calle Balcarce, y que quedó elidida por la ampliación del perímetro, se colocaron fuentes rectangulares.
Como parte de los festejos del Bicentenario (2010), se agregaron luces LED para iluminar y acentuar el característico color rosa de las paredes. Además, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inauguró un reloj sobre el “arco de triunfo”, que si bien estaba en los planos originales de Tamburini, nunca se lo había emplazado (lo que sucedió fue que el arquitecto había cambiado el plan mientras trabajaba porque decidió hacer más alto el arco, ya que -según sostenía- la eliminación de la recova que dividía la Plaza de Mayo achataba el edificio, que debía sobresalir). También se le agregó un escudo enorme con el logo del Bicentenario que se ilumina, y que desentona con todo el conjunto. Una modificación importante se realizó en el Museo que tras algunas refacciones se transformó en el Museo del Bicentenario.
Mezcla rara de estilos arquitectónicos ideados por profesionales de diferentes nacionalidades, la Casa Rosada ha reunido durante su historia cicatrices de todos los colores, debido al desprolijo crecimiento que iba teniendo, a las marchas y contramarchas, y a las improvisaciones que se sucedieron a lo largo de los años, no exentas de episodios de suma violencia. Casi un paradójico reflejo de la evolución política nacional.
Planos originales de Tambuniri.

Vista del lado este, con la nueva construcción
 del Museo del Bicentenario.
La Casa Rosada hoy, iluminada por LED y
 el escudo del Bicentenario. 











domingo, 2 de septiembre de 2012

Egipto en el corazón de Madrid

Templo de Debod, Madrid.
La capital española puede deparar muchas gratas sorpresas, por ejemplo, la posibilidad de visitar una edificación del Antiguo Egipto en plena ciudad. Se trata del Templo de Debod, ubicado en el Parque de la Montaña, a pocos metros del Palacio Real y del río Manzanares.
La construcción fue donada a España a fines de la década de 1960, en agradecimiento por la colaboración que este país ofreció en el salvamiento de los templos y tesoros arqueológicos de la región de la baja Nubia ante la amenaza de inundación provocada por la nueva presa de Asuán (el caso más conocido es la mudanza de Abu Simbel).
El templo de Debod fue erigido por iniciativa del rey meroita Adijalamani, hacia el siglo II antes de Cristo, en la isla de Filé, en la zona fronteriza al sur de Egipto, en constante disputa con el reino de Meroé.
El primer recinto fue una capilla dedicada al culto de los dioses Amón e Isis. En ella, los relieves de las paredes son unos de los pocos lugares que documentan a este monarca. Posteriormente, otros reyes de la dinastía ptolemaica fueron ampliando el templo, hasta que en época de dominación romana llegó a su máximo tamaño. En el sexto siglo de nuestra era fue abandonado, y comenzó su largo viaje al olvido, hasta que la necesidad de construir una presa más grande en Asuán lo puso en escena nuevamente.
El rescate del Templo de Debod se llevó a cabo en 1960, fue el primero en realizarse debido a la cercanía que tenía al dique, y por ende, el más expuesto a quedar bajo las aguas contenidas del Nilo. Una vez solicitada la ayuda internacional a través de la UNESCO, muchos países colaboraron de distintas formas, pero cuatro fueron los que más recursos (no sólo monetarios) destinaron al proyecto. En agradecimiento al esfuerzo realizado, Egipto decidió donar diferentes templos para que sean exhibidos en los países beneficiados. De esta manera, España recibió el Templo de Debod; Estados Unidos el de Dendur; Holanda, el de Taffa, e Italia el de Ellesiya.
Recibido en 1970, el templo se terminó de reconstruir dos años más tarde. La labor fue bastante complicada, pues la catalogación de los bloques de piedra no siempre coincidía con los pocos planos que acompañaron al templo en su viaje hacia Europa.
Entre las quejas que se pueden leer en la web, destacan las referidas a que, en realidad, lo que donó el gobierno de Nasser fueron unas piedras, pues poco quedaba de la edificación original en el siglo XX. Si bien no deja de ser cierto, corresponde aclarar que existe en arqueología una técnica llamada "anastilosis" que consiste en la reconstrucción del patrimonio arqueológico con piedras que se encuentran derribadas en el mismo yacimiento. Si bien, vale aclararlo, no fue el caso en esta ocasión, pues los faltantes de Debod -sostienen algunos- provienen de Salamanca. Quizás el agregado menos agradable (aunque sí necesario) sea la membrana con la que se cubrió la azotea (visible desde los costados del templo) para proteger de las filtraciones por lluvias el interior de la construcción.
Dicen que el lugar elegido por las autoridades madrileñas para levantar el templo responde a la ubicación con respecto al atardecer, muy similar a la que tenía en su emplazamiento original. El detalle es que fue reconstruido donde se ubicaba el Cuartel de la Montaña, sublevado en los inicios de la Guerra Civil (julio de 1936) y escenario de una sangrienta contienda fraticida, y del cual quedaban sólo ruinas.
Ruinas que taparon ruinas... tal vez el hecho más discutido en esta historia, que no opaca (por tratarse de cosas completamente diferentes) la magia de visitar esta antigua joya, y trasladarse 2.200 años al pasado sin abandonar las comodidades de la vida moderna que ofrece Madrid.


Detalle de una de las columnas del pórtico.











sábado, 5 de mayo de 2012

El alarido infinito...


"Cuando pinto, nunca pienso en la venta del cuadro", dijo Edvard Munch... Y lo cierto es que su obra fue más repudiada que admirada, si hasta fue calificada como una mezcla de "pure de pescado en salsa de langosta", y su primera exposición fue catalogada como "un insulto al arte". No obstante, él siguió mostrando su mundo interno, sus penas, sus agobios, sus miedos y sus angustias.
Acercarse a la obra de este artista noruego, es entrar en el universo más oscuro que puede existir un ser humano. Y, a mi juicio, "El Grito" es la obra sublime en cuanto a esta experiencia.
Pintado a sus 30 años de edad, este trabajo logra tal nivel de expresionimo, que fue reproducido hasta el hartazgo, desde Andy Warhol hasta Los Simpson. Y si lo queremos medir con la vara consumista, debemos contar también que esa cara que, sin rasgos, refleja el horror a niveles casi inexplicables, fue la base para la máscara utilizada por el asesino serial de la saga "Scream" (grito). Además, cualquier semejanza con la cara de Macaulay Culkin en "Mi pobre angelito" cuando descubre que su familia se lo olvidó y se fue de vacaciones sin él, tal vez no sea una mera coincidencia. Munch ha llegado a Hollywood, no hay más que agregar al respecto.
La característica de este artista es su universo oscuro, en tensión constante, con el predominio de sentimientos como dolor, horror, tristeza, angustia, a los que convirtió en el motor de su existencia (no sólo de su obra). Él mismo declararía que "sin el miedo y la enfermedad, mi vida sería como un bote sin remos".
Nacido a finales de 1863 en Loten, Noruega, su familia se mudó a Kristania (antiguo nombre de Oslo) cuando él tenía sólo un año. Su salud siempre fue frágil, por lo cual los pronósticos familiares no le daban mucha perspectiva de vida. Su infancia estuvo signada por la desgracia. Cuando él tenía cinco años, vio morir a su madre a causa de la tuberculosis. Pocos años más tarde, su hermana mayor, la que tenía más llegada a él, seguiría el mismo camino. A partir de la muerte de su madre, su padre ahondó sus sentimientos religiosos, al punto de profetizarles a sus hijos el castigo y la condenación eterna ante cualquier travesura. La amenaza del infierno fue una constante en su niñez, aunque a juzgar por su obra, podríamos aventurar que Munch vivía un infierno personal, una existencia atribulada y penosa. Incomprendido por su entorno, se dedicó a la pintura, aunque este camino no le resultaría fácil tampoco, pues el estilo que imprimía en sus obras no era bien recibido.
El paisaje que refleja en "El Grito" (1893), su primera obra completamente expresionista, lo repite un año más tarde en otro trabajo denominado "Angustia".
Cualquier obra de arte está sujeta a interpretación, y en este sentido, "El Grito", por ejemplo, no deja bien claro si el personaje en cuestión está escapando de las dos siluetas que caminan detrás de él, o si, en cambio, está frente a lo que le genera el terror y la desesperación que desembocan en esa mueca. No obstante, durante una de tantas internaciones que sufrió a lo largo de su vida, escribió unas notas que podrían explicar un poco más el origen de la obra. "Iba caminando con dos amigos por el paseo -el sol se ponía-, el cielo se volvió de pronto rojo, yo me paré; cansado, me apoyé en una baranda -sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no se veían sino sangre y lenguas de fuego- mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo, y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza", explicó. Sin lugar a dudas, si eso fue lo que sintió, lo reflejó a la perfección...
Esta semana, Edvard Munch se adueñó de las portadas de los diarios de todo el mundo, pues una de las copias de "El Grito" (existe más de una, debido a que la obsesión de Munch lo llevaba a repetir sus trabajos, en busca de la profundización del impacto que causaban), la única en manos privadas, se vendió a casi 120 millones de dólares (según trascendió, la corona catarí sería la compradora) en una subasta de Sotheby's. Un precio nada despreciable para no haber pensado en la venta del cuadro al momento de hacerlo.

Algunas de las parodias de la obra


La obra de Andy Warhol.


Bob Esponja, Patricio y Calamardo.
Homero Simpson.




jueves, 2 de febrero de 2012

El secreto de Monna Lisa...


La Gioconda de El Prado con el fondo cubierto.



La pintura con el fondo descubierto.












Los medios de todo el mundo dan cuenta en el día de hoy que la archifamosa obra del artista del Renacimiento italiano Leonardo Da Vinci (1452-1519) tiene una hermana gemela. En realidad, media hermana, dado que ambas pinturas no tienen el mismo padre. Sin lugar a dudas, éste resulta uno de los hallazgos más importantes de la historia del arte en los últimos años.
En el Museo del Prado existía una de las tantas copias que la Gioconda tiene esparcidas en todo el mundo. La obra pertenece a la colección real española desde 1666, según relata Miguel Falomir, director del departamento de Pintura Italiana del museo mencionado.
Si la obra existía, y se la conoce desde hace casi 350 años, ¿cuál es el descubrimiento? El "hallazgo" consiste en que detrás el oscuro fondo que presentaba la pintura, se escondía un paisaje por demás similar al paisaje toscano que Leonardo inmortalizó en su pintura. Se supone que durante el siglo XVIII se cubrió el fondo del retrato aunque se desconocen las causas que llevaron a esta acción.
Los estudiosos españoles suponen que el autor de esta copia sería uno de los discípulos de Da Vinci, Andrea Salai o Francesco Melzi (en El Prado se inclinan más por este último), aunque algunos expertos italianos aventuran que Salai no era pintor hacia la fecha de realización del cuadro -principios del siglo XVI-, y se inclinan más por la hipótesis de un discípulo español (Ferrando Spagnolo).
Según los trabajos realizados, "La Gioconda de El Prado" habría sido pintada en simultáneo a la original, pues exhibe práctimente las mismas correcciones que la que se encuentra en El Louvre. Otra curiosidad es la similitud de medidas de ambos trabajos: 77 x 53 cm la original, y 76 x 27 la réplica, realizada sobre una tabla de nogal.
Revelado el hecho, queda aún mucha tela por pintar... Evidentemente, el escritor Dan Brown tenía razón, La Gioconda escondía un secreto, sólo que se equivocó de museo, pues no era la del Louvre, sino la del Prado...  por lo tanto, el misterio está todavía por resolver. 
La Monna Lisa