sábado, 22 de noviembre de 2014

Buenos Aires, un nombre con historia

Imagen de Nuestra Señora de Bonaria, en Plaza Cerdeña, Buenos Aires
Si preguntáramos de dónde viene el nombre “Buenos Aires”, muchos dirían que deriva de una virgen, “Nuestra Señora de los Buenos Ayres”, pero si extendiésemos la consulta al origen de esta virgen, pocos serían capaces de responder correctamente.
Hilando fino, podríamos decir que la historia del nombre de la ciudad se remonta a mucho antes de que se fundara, y que en ella participan (tal vez tangencialmente) Aragón, Cagliari y muchos actores anónimos que de una u otra forma participaron en esta cadena de sucesos que desembocaron en que hoy en día Buenos Aires se llame de este modo.
La mejor manera de explicar toda la historia es desandar en el tiempo hasta donde se ubica (al menos según mi parecer) el origen de esta historia.
Comencemos este viaje en 1323, año en que el rey Jaime II de Aragón desembarca al sur de la isla de Cerdeña. Desde allí inicia la conquista de Cerdeña y de Córcega, las cuales terminaron anexadas al reino aragonés. Como forma de agradecimiento a Dios por tal empresa, Jaime II (el Justo) construye un templo en una de las colinas cercanas a Cagliari, lugar del primer desembarco. Este monte fue conocido como “Buen Ayre” (Bonaria) debido a que, por su altura, lograba escapar al “esmog” que producían los fuegos que se encendían en la ciudad. Dicha iglesia fue donada a la Orden de la Merced, institución religiosa que había sido creada en 1218 por el fraile barcelonés Pedro Nolasco (luego santo), con el fin de lograr la redención de los cristianos cautivos por los musulmanes que ocupaban la Península Ibérica.
Hasta aquí, el inicio de la historia… pero como no podía ser de otra manera, el ingrediente milagroso tenía que estar presente. Es así que cuentan que durante marzo de 1370, una feroz tormenta sorprende a un buque catalán que transportaba mercancías hacia Italia. Como cada vez el panorama se ponía más y más oscuro, los marinos decidieron deshacerse de la carga, creyendo que de esta manera tendrían menos posibilidades de naufragar. Poco a poco lanzaron por la borda el cargamento, mientras el temporal y el mar azotaban sin piedad la frágil embarcación. Cuando casi no quedaban más cosas por arrojar, le tocó el turno a una pesada caja de madera arrumbada en un rincón. Un par de marinos la alzaron y, sin más, la mandaron al agua enfurecida, cual ofrenda a Poseidón. Fue en el mismísimo instante que la caja toma contacto con el mar que la tormenta comenzó a amainar rápidamente. Recompuesta del susto, la tripulación observó que aquella caja no había seguido la suerte del resto, que había sido devorado por el Mediterráneo, y continuaba a flote. Decidieron, pues, rescatarla y llevarla a puerto como estaba programado. Sin embargo, la embarcación no pudo alcanzar la caja, que cual guía experimentada, “navegaba” delante del navío, hasta llegar a las playas de Cagliari. Una vez en tierra, los marinos catalanes intentaron abrirla, intrigados por su contenido. Cuentan que les fue imposible, y que un pequeño del lugar propuso que le pidieran ayuda a los padres mercedarios que habitaban cerca de allí. Así lo hicieron, y fueron los sacerdotes quienes lograron rescatar del interior de la caja una imagen de la Virgen de la Candelaria. Sorprendidos por el “milagro” nadie se opuso a que aquella imagen que tenía en su brazo izquierdo al niño Jesús coronado y en su mano derecha un enorme cirio encendido, se quedara en Cerdeña, bajo la advocación de “Nuestra Señora de Bonaria”. Cualquier similitud con la historia de Nuestra Señora de Luján, que también eligió su lugar en el mundo, es pura coincidencia… o no, ¿quién podría asegurarlo?
La noticia se esparció por todos los puertos, y los marinos no tardaron en adoptar a aquella virgen “de Bonaria” como su santa patrona, debido a que había protegido la vida de aquellos catalanes en medio de la tormenta. Es por eso que Nuestra Señora del Buen Ayre es representada en algunas imágenes con una embarcación en la mano derecha en lugar de la candela.
Llegamos, pues, al siglo XVI, época en la que Europa enviaba barcos a descubrir tierras allende los mares. Una de esas expediciones estuvo dirigida por el adelantado don Pedro de Mendoza, quien navegó hacia el sur, siguiendo la ruta de quien descubriera el Río de la Plata, don Juan Díaz de Solís. Con él venían algunos sacerdotes mercedarios del convento de Sevilla, uno de los cuales tenía particular llegada al enviado del Rey Carlos I de España (nieto de los Reyes Católicos). Probablemente, fray Justo de Zalazar fuera confesor del marino, y tal vez haya influido en la decisión de que si la larga travesía llegaba a destino, se homenajeara a la virgen patrona de los navegantes.
Arribado a nuestras costas a principios de 1536 (con 14 navíos, 1500 hombres y unas pocas mujeres, según el historiador Felipe Pigna), fundó en la zona del actual Parque Lezama (al menos allí ubican los estudiosos el lugar, a pesar de la poca documentación existente) el primer asentamiento, un fuerte bastante pobre, y el puerto al que bautizó “Santa María de los Buenos Ayres”.
Don Pedro de Mendoza falleció un año después de regreso a España a causa de la sífilis, y su obra en nuestras tierras no fue acompañada por la buena fortuna, pues el hambre y el constante asedio de los habitantes naturales de la zona terminaron por extinguir la empresa hacia 1541.
Décadas más tarde, en 1580, llegaría a estas costas don Juan de Garay, quien fundara un nuevo asentamiento, esta vez dos kilómetros más al norte que donde lo había hecho Mendoza (actual Plaza de Mayo), y al que bautizara Ciudad de la Santísima Trinidad. Garay respetó para su puerto el nombre elegido por su predecesor, “Santa María de los Buenos Aires”.
Con el paso del tiempo, la ciudad fue modificando su denominación, aunque siempre fue una sola con el nombre del puerto (“la muy noble y muy leal Ciudad de la Trinidad, puerto de Santa María de los Buenos Aires, por ejemplo). Y poco a poco, la estratégica importancia que iría adquiriendo el puerto en la economía, llevaría a que fuese más renombrado que el caserío que lo circundaba, e informalmente ocupando su lugar.
De esta forma, casi de manera natural, como aquella caja que llegó a las costas de Cagliari, el nombre de Buenos Aires fue imperceptiblemente ganando su lugar, e imponiéndose con fuerza hasta convertirse oficialmente en el nombre de la ciudad, que luego tendría otras batallas, políticas, hasta llegar a ser la capital de la República Argentina (ley 1029, 20 de septiembre de 1880).

miércoles, 17 de septiembre de 2014

"Union Jack": un rompecabezas real

En pocas horas más, Escocia decidirá si continúa formando parte del Reino Unido, o por el contrario, si se independiza. Sin ánimos de inmiscuirme en la política interna de un país al que no conozco, la idea es plantear una cuestión menor (o no tanto): si Escocia vota SÍ, el quiebre político debería reflejarse también en la bandera de Gran Bretaña.
Conocida popularmente como "Union Jack", la curiosidad que presenta bandera del Reino Unido es que está conformada por la "unión" de los pabellones de los distintos reinos que componen Gran Bretaña, razón por la cual es el símbolo perfecto de la realidad política de este conglomerado de países y que el referéndum parece amenazar.
Bandera inglesa.
Tenemos más que vista la insignia de Inglaterra en las competencias deportivas, que es la denominada "cruz de san Jorge" (una cruz roja en el centro de la bandera sobre un fondo blanco). Según el Flag Institute británico, se tiene registro de este estandarte ya en el año 1300, aunque no como pabellón nacional, nivel que alcanzaría en 1348.
Bandera escocesa.
Otro bandera reconocida es la de la díscola Escocia, que es una "cruz de san Andrés" blanca sobre fondo azul, y que data de 1286. 
Antigua bandera irlandesa.
Con el mismo diseño que la escocesa pero en diferentes colores (rojo sobre blanco) la bandera de "san Patricio" (Irlanda del Norte) es el otro pabellón que forma parte de la "Union Jack". Esta bandera perdió el carácter de oficial en 1972, cuando se disolvió el Parlamento de este país.
Nótese que, hasta aquí, todas las banderas rinden homenaje a los santos patrones de cada reino.
Bandera galesa.
¿Y por qué Gales no está representado en la "Union Jack"? La insignia galesa (el "Dragón Rojo" sobre una tela dividida en mitades horizontales blanco sobre verde) es tal vez la menos conocida, y no generó influencias debido a que este reino ya formaba parte de Inglaterra cuando ésta se unió a Escocia (1606), y se empezó a diseñar la nueva insignia. Además, si bien tiene cientos de años de vida, se la reconoció oficialmente en la década de 1950.
Bandera del Reino Unido de la Gran Bretaña, o "Union Jack"
La "Union Jack" tal como hoy la conocemos comenzó a existir por ley del Parlamento el 1 de enero de 1801, y es la síntesis simbólica de la unión de estos reinos que parece peligrar en nuestros días. 






viernes, 6 de junio de 2014

El héroe olvidado

"La Batalla de Maipú", de Juan Mauricio Rugendas (c. 1837).

Desde que somos chicos, nos enseñan en la escuela las proezas de nuestros antepasados que lucharon y dieron sus vidas por la construcción de la nación. Muchas veces los hechos han sido “adaptados” con la intención de que generen admiración en quien llega a ellos. Al menos ésta era la política que se seguía a finales del siglo XIX, pues había que conseguir que los inmigrantes sintieran orgullo del país que habían elegido para continuar sus vidas.

Muchos de estos sucesos han llegado a nuestros días a pesar del revisionismo al que los han sometido los distintos gobiernos, y muchos otros (imposible saber cuántos) han quedado en el olvido… En estos días, he tenido acceso a uno de los hechos que se perdieron en la niebla del tiempo, y me pareció una historia digna de destacar en este espacio.

Bajo el título “El sargento Vasconcelos - Episodio de la Batalla de Maipú, el 5 de abril de 1818” se publica en “La Revista de Buenos Aires” un texto de Gerónimo Espejo, en el que relata una historia que bien podría haber inspirado una película de Hollywood, de ésas en las que el héroe, moribundo,  pelea solo contra el mundo, y gana.

El soldado en cuestión se llamaba Francisco de Borja Vasconcelos (1797-1864), un sanjuanino que a los 20 años se vio enfrentado a la muerte, y logró sortearla con éxito. El hecho sucedió en territorio chileno (los cerrillos de Maipo) durante la Batalla de Maipú, hito fundamental en la búsqueda de la independencia de Chile.

Dicho esto, cuenta Espejo lo siguiente:

En seguida de la batalla de Maipú, como acontece siempre en todo ejército después de un gran suceso de armas, corrían innumerables episodios y moralejas de ese día memorable. Entre ellos había oído referir uno de los poco comunes, aunque muy factible —que se decía ocurrido entre un sargento Vasconcelos del batallón número 1 de Cazadores de los Andes, u unos cuantos heridos realistas sobre el mismo campo de batalla.

Se decía —que habiendo sido herido en la cara el sargento Vasconcelos en la segunda carga que desalojó el ala derecha enemiga de la fuerte posición que había tomado, el capitán de su compañía le había ordenado marchase a retaguardia a hacerse curar en el hospital de sangre; y que al cruzar el campo donde acababan de combatir, se levantaron unos cuantos españoles heridos de los que habían caído, aunque no de tanta gravedad que no pudieron tenerse en pie, al ver solo a aquel insurgente (epíteto con que los realistas apostrofaban a los guerreros de la independencia) y sin que hubiese alguno de sus compañeros que lo auxiliara, lo atacaron cuatro o cinco, unos de aquí y otros de acullá, dominados de esa iracundia vengativa y sanguinaria en que ardían por esos tiempos los españoles, aun contra los más inofensivos americanos. Pero Vasconcelos siendo de más coraje de hombre a hombre, más ágil, más sereno y acaso más diestro en las armas, sin darles tiempo a reunirse, fue despachándolos con la noticia a la eternidad uno tras otros.

Confieso que en los primeros momentos tuve por exagerado este cuento, por su tamaño y singularidad; pero haciéndome una fuerte impresión, me propuse pedir detalles a algunos oficiales amigos del mismo batallón de Cazadores, a quienes suponía mejor informados y en posesión de pormenores que no se referían. En efecto, en las ocasiones que me vi con el capitán Martel, con el teniente Zuloaga y Zorrilla, y en particular en las diversas veces que por turno me tocaba la visita de hospital a los heridos de mi cuerpo, los oficiales de dicho batallón que acudían con el mismo objeto, me aseguraban unánimes la realidad del hecho. Me enseñaron al sargento tendido en su cama, añadiendo algunos pormenores que daban al suceso mucha verosimilitud. Quedé persuadido por entonces del hecho desde que lo confirmaban con repetición tantos amigos y compañeros dignos de crédito, aunque no sin dejarme todavía alguna duda, por falta quizá de algunas minuciosidades que acabasen de persuadirme. Empero a la vuelta de cuarenta y tres años de ese acontecimiento, y cuando tan largo transcurso apenas dejaba un recuerdo con uso de él, una casualidad vino a ofrecerme la ocasión de satisfacer mi deseo de tan lejano entonces, y de recoger los pormenores de la misma fuente.

Se presentó en la ciudad de Paraná en diciembre de 1861, por asuntos personales, el teniente coronel de Infantería don Francisco de Borja Vasconcelos, natural de la ciudad de San Juan, la misma persona que como sargento he citado más arriba, y que yo había conocido en el hospital días después de la batalla de Maipú. Después de darnos a conocer mutuamente, recordando una vez las campañas del Ejército de los Andes y los diversos incidentes y peripecias, en especial del suceso que le era personal, le manifesté el vivo deseo que había tenido y en presencia me renovaba, de oírselo referir. Él mostrándose deferente, se ofreció a dedicar un día para darme las explicaciones que yo deseara. Llegado este día, me dijo —Que fue positivo el lance referido. Que su vida estuvo en mucho riesgo el día de la batalla, y que no extrañaba que yo hubiese puesto en duda su veracidad, cuando en su propio batallón hubo muchos a quienes sucedió lo mismo. La causa que dio motivo a ello fue haber recibido su herida en la boca, rompiéndole ambas mandíbulas y destruido toda la dentadura, lo que privó del uso de la palabra, por cuyo motivo los pocos detalles que entonces pudo dar por escrito fueron lacónicos y diminutos porque la fiebre y el tormento que sufría en la cabeza no le daban lugar a más. A los cincuenta o setenta días después de la herida, declinó su gravedad y recobró algunas fuerzas pudiendo alimentarse con menos dificultad que al principio, entonces le fue posible escribir sin tanta molestia y dar una idea algo más extensa del acontecimiento, pues por más de cinco meses estuvo haciéndose entender por señas como mudo, o escribiendo algunos renglones cuando no conseguía hacerse comprender. El hecho, en fin, sucedió como pasa a referirlo.

“Habiendo el general San Martín mandado al general Alvarado (teniente coronel, entonces), jefe de la división de Infantería del ala izquierda, que con los Batallones núm. 1º de Cazadores y núm. 8, tomase una colina o posición elevada que tenía a su frente, los realistas con igual designio habían destacado, según cree, al Regimiento de Burgos encubierto por la misma altura. Por la localidad y formación en que estaban los Batallones 1º y 8, a este le tocaba posesionarse de la cima; pero, tanto el núm. 8 cuanto los realistas vinieron a saber que hacían la misma maniobra de una y otra parte, cuando se avistaron de improviso frente a frente en la cúspide de la colina. Sea que los españoles fuesen más aguerridos, con mejor disciplina, o que su jefe fuese más perspicaz, el hecho fue, que hicieron una descarga sobre el núm. 8 a quemarropa, que le echó a tierra una gran parte de la compañía de Granaderos y tuvo que retroceder. El núm. 1º de Cazadores que marchaba a su izquierda, aunque rompió sus fuegos para protegerlo y ver si restablecía el combate, fue abrasado de igual modo por los fuegos de los españoles, y también se vio obligado a alejarse de la posición. El enemigo inmediatamente estableció una batería de cuatro piezas de artillería, que rompiendo un fuego abrasador a metralla sobre la división que se retiraba, protegía al mismo tiempo la persecución que hacía al núm. 8 desde la altura hasta el bajo, para sacar todo el fruto de la ventaja conseguida. Mas el general San Martín que observaba esta escena, y que probablemente se persuadió más de la importancia de la posición por el empeño que el enemigo ponía en sostenerla, mandó a carrera los Batallones núm. 1º, 3 e Infantes de la Patria (perteneciente al Ejército de Chile y formaban parte de la división de Reserva) a proteger al núm. 8 y 1º de Cazadores de los Andes, que a la sazón se rehacían para volver al ataque, lo cual visto por el enemigo, contuvo su marcha y aun retrocedió a la altura. El coronel Freire que mandaba la caballería de la misma ala, al ver el rechazo que la división Alvarado había sufrido, emprendió una carga sobre una columna de la propia arma que tenía a su frente, para equilibrar el combate amagando al mismo tiempo flanco de la Infantería realista, y teniendo la fortuna de lograr su golpe, hizo perder su posición en derrota a los Lanceros del Rey. El comandante Alvarado que a esta sazón ya había reorganizado los dos batallones de su división, y veía acercarse el refuerzo de la reserva, proclamó la tropa exhortándola a un nuevo esfuerzo de coraje, terminando con las palabras ‘¡Soldados! ¡Vamos a triunfar’. En efecto, la tropa respondió con un grito entusiasta de ‘Viva la patria’, y ambos cuerpos volvieron sobre el enemigo con la mayor serenidad, arma al brazo, a son de música. Fue tal la embestida que se le dio que no pudieron resistirla, se desordenó, volvió caras, y nuestra división se posesionó de la altura y de la artillería. Los españoles a su turno fueron perseguidos por la espalda en cuesta abajo por los Batallones núm. 8 y Cazadores, sufriendo igual o mayor destrozo que el que ellos habían causado a nuestras filas poco antes. Aunque reforzados por un cuerpo de su reserva que unidos hacían esfuerzos por recuperar la posición perdida, no sólo no lo lograron, sino que, a bala y bayoneta se les hizo retroceder y aun se les desalojó de la segunda colina en que pensaron hacer pie firme: en este segundo ataque fue que Vasconcelos recibió su herida en la boca, y su capitán le mandó al hospital de sangre a retaguardia, diciéndoles, que fuese a reunirse a los otros heridos que se habían despachado de la posición que acababan de dejar. Vasconcelos dice, que se vendó su herida con dos pañuelos que llevaba, y echando al hombro su fusil que tenía cargado, se puso en marcha a buscar el hospital, cruzando el campo que estaba sembrado de cadáveres y heridos. Se había alejado ya como tres a cuatro cuadras a retaguardia de la línea, cuando de improviso se levantó uno de los realistas que habían caído heridos pocos minutos antes, sin la menor duda de esos acérrimos empecinados por su rey, a atacar a Vasconcelos que pasaba solo; a los improperios de furiosa rabia que vomitaba aquel español, se enderezaron otros y otros, hasta cinco sucesivamente de aquí y de más allá, al ver a un insurgente caminar mudo, bañado el pecho y la cara en sangre, e indefenso; porque no se veía en su alrededor ninguno que pudiera socorrerlo. Vasconcelos viéndose en tan supremo conflicto y considerando que iba a ser víctima indefectible de aquellos furiosos desalmados cuyos insultos le daban la medida de su saña, se resignó a su fuerte, al reflexionar que no le quedaba otra alternativa que morir matando (1). Hecha esta resolución se echó el fusil a la cara poniéndole los puntos al que se le acercaba con más ahínco, él disparó el tiro y tuvo la fortuna de voltearlo: echó mano incontinenti a otro cartucho, porque ya venía otro acercándose a acometerlo, que presumió que traía su fusil descargando porque venía calando bayoneta; más calculando que por venir tan inmediato no le daría tiempo para sacar la baqueta y atacar el tiro, puso el cartucho al cañón, dio un golpe en el suelo con la culata, echó el fusil a la cara, le disparó el tiro y lo volteó, todo fue obra de muy pocos instantes; pero observando que los otros tres no se arredraban ni por haber visto caer a dos de sus compañeros, y calculando que por estar ya tan cerca no le alcanzaría el tiempo para cargar de nuevo y voltear otro si podía; encontrándose rodeado y sin más arbitrio que pelear cuerpo a cuerpo, tomó el fusil con la mano izquierda para que le sirviese como de escudo, y con la derecha echó mano a su puñal que llevaba a la cintura. A los primeros golpes dice, que ya conoció la poca destreza de sus competidores en el arma blanca, o porque sus heridas no les permitiesen mayor desenvoltura, pero el hecho fue que estas ventajas dieron a Vasconcelos nuevo aliento y entereza a sus fuerzas, y poco después a favor de un salto súbito que dio sobre uno de ellos, consiguió acertarle la cuchillada que le abrió el vientre y lo volteó, mientras que los otros dos lo acosaban a bayonetazos. Este tan desventajoso combate y agitación habían debilitado tanto sus fuerzas, que hubo momentos en que desesperaba de su suerte; pero al considerar que un nuevo esfuerzo podía conservarle la vida, sacó fuerzas de flaquezas y acometió al que le ofrecía más ventajas por su falta de agilidad, y parándole un bayonetazo con el fusil que tenía en la mano izquierda, le acertó una puñalada con la derecha que lo tendió en tierra, y entonces arremetió al quinto con la resolución de dar fin a tan fatigosa escena con su vida o con su triunfo. Mas aunque el español era valiente y ágil, parece que la Providencia lo disponía de otro modo. En esos momentos se avistó una partida de quince o veinte milicianos de Aconcagua que pasaban a galope por aquel paraje, y este auxilio estimuló su ánimo y concluyó con el último de sus asesinos. En esto llegó la partida que lo reconoció como soldado de la patria por su uniforme, y dándose a entender por señas con el oficial, tanto de su estado cuanto del lance que acababa de tener lugar, el oficial lo hizo montar en el caballo de uno de sus soldados y que lo acompañasen dos hasta el hospital, en precaución de otro encuentro semejante o de cualquier caso imprevisto.”

Sello postal por el 150° aniversario de la Batalla de Maipú.
La imagen elegida es el  cuadro del artista chileno Pedro Subercaseaux Errázuriz:
"El abrazo de Maipú" (1904).
Estos son los detalles del suceso que le aconteció en la Batalla de Maipú y de que yo le pedía pormenores.

Por conclusión, réstame sólo declarar que yo no he sido testigo presencial de los movimientos militares y pormenores del suceso personal que abarca esta relación, por cuanto ellos tuvieron lugar en la extrema izquierda de la línea del ejército de la patria, y yo me encontraba con el Cuerpo de Artillería a que pertenecía, formando el 5º Escuadrón maniobrero del Regimiento de Granaderos a Caballo, que como de caballería era la división que ocupaba la extrema derecha. Debiendo agregar en obsequio de la verdad histórica, que siendo la precedente relación tan verosímil como conforme a las referencias que de boca en boca se transmitían entre la oficialidad del ejército en los días subsiguientes a esa victoria de eterna recordación, y lo que es aun más, de una perfecta semejanza a los diversos conceptos del parte detallado en que el general San Martín describe esa espléndida función de la guerra de la independencia, yo por mi parte no he trepidado en aceptarla con toda la veracidad que merece. (2)

Nada dice Espejo sobre lo que sucedió entre la Batalla de Maipú y su encuentro con Vasconcelos en Paraná… En líneas generales, el soldado siguió su carrera militar, en la que fue alcanzando grados superiores por sus méritos en los distintos campos de batalla, y llegó a luchar en el ejército de Facundo Quiroga.

Lo relatado pudo haber sucedido… o no. La hazaña puede estar exagerada… o no. Pero es, sin lugar a dudas, una verdadera curiosidad, perdida en el tiempo… tal vez de las tantas que debieron suceder a lo largo de los más de 200 años de historia argentina, y que jamás conoceremos.

Notas:
(1) “Los escuadrones de la escolta y cazadores a caballo al mando del bravo coronel Freire cargaron igualmente, y a su turno fueron cargados en ataques sucesivos. No es posible, señor Exmo., dar una idea de las acciones brillantes y distinguidas de este día, tanto de cuerpos enteros, como jefes e individuos en particular; pero si puede decirse que con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido: también puede asegurarse, que jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme, ni más tenaz. La constancia de nuestros soldados y sus esfuerzos, vencieron al fin, y la posición fue tomada regándola en sangre y arrojando de ella al enemigo a fuerza de bayonetazos” (período del parte detallado del general San Martín al Supremo Director de las Provincias Unidas, publicado en La Gaceta de Buenos Aires Nº 67, del miércoles 22 de abril de 1818).

(2) LA REVISTA DE BUENOS AIRES - Historia americana, literatura y derecho, año 1, nº 4, agosto de 1863, págs. 543 a 550.

sábado, 15 de marzo de 2014

La profecía del 15 de marzo...

"Muerte de Julio César" de Vincenzo Camuccini (1798).
“Teme a los idus de marzo…”, pone William Shakespeare en boca del sacerdote agorero que intenta prevenir a Cayo Julio César del peligro que lo acechaba.
Para los romanos, los “idus” eran los días 13 de cada mes, excepto para marzo, mayo, julio y octubre que eran los días 15. Y quizás el idus más conocido sea el del mes dedicado al dios Marte (patrono de la guerra) que era el de marzo (Martius). Comúnmente, los idus eran vividos como jornadas de buenas noticias. Tal vez por eso, los idus de marzo del año 44 antes de Cristo quedaron signados por el horror, pues durante la mañana de ese día se produjo en Roma un magnicidio.
Según cuenta Plutarco, el César fue advertido por algunas personas, pero él desoyó las recomendaciones. Relatan las fuentes (históricas y literarias) que cuando el emperador iba camino a la reunión con los senadores, se cruzó con el sacerdote que le había advertido días antes sobre el futuro sombrío que avizoraba para él, y que Julio César lo increpó: “Los idus de marzo ya han llegado, y sigo vivo”. A lo que el adivino le respondió: “Es verdad, ya han llegado; pero aún no han terminado”.
En las escalinatas de la Curia fue interceptado por otra persona que le entregó un pergamino que, cuentan, contenía el listado de complotados… Julio César lo tomó en sus manos, e hizo oídos sordos al ruego del hombre que le advertía que lo leyera antes de que ingresara. Probablemente, toda esta situación se había visto fogoneada por el hecho de que el emperador había disuelto su guardia mientras permaneciera en Roma, pues no veía conveniente que los ciudadanos lo viesen caminar por la ciudad custodiado de su propia gente.
Una vez dentro de la Curia, durante la reunión, Tilio Cimber se acercó lo suficiente al César y lo tomó con fuerza de la toga. El emperador, sorprendido, le gritó: “¡¿Qué violencia es esta?!” (“¿Ista quidem vis est?”). Acto seguido, la mano de Casca, que empuñaba una daga, cayó sobre César, quien sintió el frío metal sobre el cuello. El senador atacante gritó a sus compañeros para que lo ayudaran, mientras César intentaba mantenerse en pie, entre el dolor y la sorpresa. Casi inmediatamente, 60 senadores se abalanzaron sobre el emperador, quien intentaba luchar cada vez más infructuosamente, por razones obvias. El cuerpo del César recibió 23 puñaladas. Suetonio cuenta que, ya en el piso, alcanzó a ver a Bruto (hijo de su amante y a quien quería como si fuera su progenitor), y le balbuceó: “¿Tu también, Bruto, hijo mío?” (“¿Tu quoque, Brute, filii mi?”). Sin embargo, suena más racional y humano que el emperador no haya podido decir palabra (como sostiene Plutarco), y eso no sea más que parte de la ingeniería que luego de la muerte de un líder se pone en marcha para erigirlo en héroe. Nos sobran ejemplos de estadistas de todas las latitudes a los que, a la hora de morir, se les han ocurrido frases elocuentes, con tanta suerte como para que haya testigos que las anoten.
La crónica de aquellos idus de marzo de hace 2058 años señalan que, casi inmediatamente luego del “cesaricidio”, los asesinos huyeron del recinto para anunciar por las calles que el emperador había muerto (y para sortear cualquier represalia, claro está), dejando el cuerpo de uno de los hombres más poderosos de la Antigüedad, ultrajado y en la más absoluta soledad, hundido en su propia sangre.
Mucho mito, algo de realidad, y las premoniciones desoídas sobre los idus de marzo, que han llegado hasta nuestros días con el fin de advertirnos (de manera casi críptica) sobre aquellos que nos rodean… Aunque no se trata de temer, sino de estar atentos.

jueves, 30 de enero de 2014

Feliz año nuevo... chino

Barrio Chino en Buenos Aires en pleno festejo del cambio de año
Esta noche comienza el año 4712, y millones de personas celebrarán… A diferencia de la sociedad occidental, que utiliza como medición del tiempo el calendario gregoriano, la comunidad oriental (china principalmente) se rige por el calendario lunar. Eso hace que no tengan un comienzo de año fijo, sino que varíe entre finales de enero y mediados de febrero. Este 2014 (occidental) el año comienza el 31 de enero. La celebración se conoce también como “Fiesta de la Primavera”, pues sostienen que es ahora cuando el invierno comienza a ceder, y la naturaleza a renacer.
Probablemente, muchos lo sepan por ser seguidores del horóscopo chino, pero bien vale recordarlo… esta noche, pues, se despide el año de la serpiente y da inicio el del caballo.
¿Y de dónde proviene la costumbre de nombrar a los años con animales? Se trata de una leyenda mítica, que -como en todas las culturas- tiene sus variaciones. Algunas historias relatan que fue Buda y otras el Emperador de Jade (que gobierna el cielo) quien organizó una carrera entre los animales para homenajearlos en los segmentos del zodiaco que duran un año, a diferencia del occidental, que duran un mes.
La competencia se llevó a cabo a través del monte y el lago, como para que ninguno de los corredores tuviera alguna ventaja extra. Cuenta la leyenda que llegados a la orilla del lago, la rata pidió ayuda al buey para que la cruce, y éste -por ser un animal bueno y trabajador- se la concedió, cargándola en su lomo. Casi con el recorrido terminado, la rata saltó a tierra para aventajarlo y fue la primera en llegar, y el buey el segundo. Luego arribaron el  tigre, el conejo, el dragón, la serpiente, la cabra, el mono, el gallo, el perro y el cerdo. El Emperador, entonces, fue concediendo a cada animal, según el orden de llegada, un segmento del zodiaco, y les otorgó el don de que rigieran sobre los humanos nacidos en sus respectivos periodos según su forma de ser.
Algunas curiosidades cuentan que no hay gato en la lista por culpa de la rata. Según la leyenda, estos dos animales eran muy amigos, pero la rata también es muy ambiciosa, y como veía en el felino un buen competidor, le dijo que la carrera se llevaría a cabo un día después de la jornada indicada. Desde ese momento, ambos seres están enemistados a muerte… Claro que al gato, por otra parte, le esperaba un mejor trato en la mitología egipcia.
El último puesto fue del cerdo, y esto se debió a que, según el mito, a poco de comenzar la carrera el chancho se cansó y se puso a comer para reponer fuerzas, lo que hizo que perdiera más tiempo que el resto, que también tuvo sus complicaciones durante la competencia.
Una contradicción de este cuento es que ubica el hecho tan lejano en el tiempo, que los chinos aún no habían inventado un medio para medirlo, pero también sitúa la competencia como uno de los festejos del cumpleaños del Emperador de Jade… Seguramente son cosas de dioses que escapan al conocimiento de un simple humano que ni siquiera es oriental.



viernes, 10 de enero de 2014

Edén Hotel: nazis, política y... ¿fantasmas?

Vista del frente del edificio original, donde se puede apreciar la simetría de la construcción.
Bien describió María Elena Walsh a la Argentina como “el país del No Me Acuerdo”, pues si uno recorre sus rincones, se topa con historias y lugares que yacen olvidados a pesar de haber vivido  en sus momentos de gloria, mano a mano, con hechos que -en ocasiones- ocupan las páginas más destacadas de la humanidad.
Tal es el caso de la ciudad de La Falda, en la provincia de Córdoba, que nació oficialmente en la tercera década del siglo XX, pero que sus orígenes se remontan en realidad a un emprendimiento extranjero que se iniciara hacia 1897… el Edén Hotel.
Fue hacia finales del decenio de 1890 que tres emprendedores alemanes compraron 900 hectáreas en la provincia mediterránea para comenzar la construcción de un hotel que captara lo más selecto del turismo nacional. Si bien la Argentina vivía una crisis política y económica de grandes proporciones, las familias acomodadas continuaban con su estándar casi impoluto, lo cual era foco de atracción para quienes quisieran hacer negocios.
Sobre este pedestal se encontraba el águila que "protegía" al edificio.
Hacia 1897, Roberto Bahlcke, Juan Kurth y María Herbert de Kreautner compran la estancia “La Falda de la Higuera”. Movidos por las características curativas para las enfermedades pulmonares que se le atribuía al clima serrano, no dudaron en promocionar el lugar como “el rincón más sano y delicioso de la Argentina para toda época del año”. Algunos periódicos hablaban del Edén en consonancia con el Hotel Bristol de Mar del Plata, que por aquellos tiempos era el centro de veraneo de las familias aristocráticas del país.
El edificio fue construido con marcado simbolismo relacionado con la mitología germana, y guardando una perfecta simetría. Estaba coronado por un águila con las alas desplegadas bajo la cual había dos herraduras y una leyenda en latín. Este ornamento no logró sobrevivir hasta nuestros días. El establecimiento contaba con cámara frigorífica, fábrica de helados y hielo, quintas frutales, matadero, tambos y ahumadero de fiambres, lo cual constituía un muy importante guiño a la aristocracia nacional tan adicta al autoabastecimiento para asegurarse la excelente calidad de los productos que consumían. También poseía usina de generación eléctrica propia… los dueños no escatimaron en gastos ni dejaron librado nada al azar, pensando en las pingües ganancias que obtendrían.
Además, Edén Hotel ofrecía todas las atracciones dignas de un edificio con servicios de categoría. Cuentan que la inversión inicial para la construcción fue de 600.000 pesos, y contó con la financiación de la Banca Tornquist.
Detalle del águila que ya no puede coronando el edificio pero que sí podemos apreciar en los membretes. La frase en latín reza "bajo la sombra de tus alas, protégenos" ("sub umbra alarum tuarum protege nos").
A pesar del esfuerzo, los resultados no fueron los esperados, o al menos, los necesarios para hacer del hotel un negocio rentable… Si bien el hotel tuvo su repercusión y fue visitado hasta por el entonces presidente Roca, los ingresos no resultaban suficientes, y las deudas se renovaban. Cansada de ser la única abocada por completo a la administración, mientras sus socios se ocupaban más de las tertulias, María Herbert de Kreautner decidió volver a Alemania, y tiempo después la sociedad se disolvía.
En 1905, el principal acreedor, Ernesto Tornquist, le escribe un telegrama para convocarla a una reunión en Buenos Aires, en el que se muestra preocupado, pues daba al emprendimiento por perdido. La propuesta: que comprara ella el establecimiento y los terrenos por el valor de las dos primeras hipotecas.
Sin tener que compartir las decisiones, y con un país que ha dejado atrás la crisis de 1890, el hotel parece cambiar de suerte. Siete años más tarde, ya había podido levantar todas las deudas. Publicitado no sólo en el país, sino también el exterior, Edén Hotel comenzó a recibir personalidades de todos los rincones del mundo. En sus libros de visitas firmaron Eduardo “Príncipe de Gales”, hijo del rey Jorge V de Inglaterra; Humberto II, duque de Saboya, quien gobernara Italia hacia mediados de 1946, por poco más de un mes. Albert Einstein también piso el establecimiento hacia 1925, en su visita a la Argentina.
Hacia 1912, Herbert de Kreautner decide retirarse del negocio y volver a Alemania. Es entonces cuando le vende la propiedad en 450.000 pesos a los hermanos Walter y Bruno Eichhorn. El trato se concreta con la entrega de una pequeña suma en efectivo y diversos pagarés.

Como sucedió en los comienzos del emprendimiento, el dinero que se recaudaba no alcanzaba para todos los gastos que demandaba el establecimiento (incluida ahora la deuda con la antigua propietaria). Con menos paciencia que la anterior dueña, poco tiempo pasó para que los hermanos Eichhorn vieran como solución el loteo de los terrenos y su venta. En 1914, comenzaba a nacer el pueblo de La Falda.
Podría decirse que la Primera Guerra Mundial fue el espaldarazo definitivo que necesitó el hotel para mostrarse en todo su esplendor. Imposibilitada de viajar a una Europa bajo fuego, la aristocracia nacional terminó de optar por refugiarse en La Falda para descansar. Los Eichhorn comienzan a codearse con la clase política y la aristocracia sin ningún problema.
Sin embargo, sería la Gran Guerra la que marcara a fuego el destino del establecimiento, y no para bien.  Hacia la década del ’20, Bruno Eichhorn y su esposa, Ida, de paseo por una Alemania destruida por la hiperinflación, escuchan a un militar austríaco hablar de la necesidad de recuperar el esplendor perdido por la paz de Versailles que cerró la Primera Guerra. Seducidos con la idea, comienzan a aportar dinero para financiar a este personaje y sus ideas… Tiempo después, Adolfo Hitler reconocería y agradecería en varias ocasiones los aportes a la campaña que realizaba el matrimonio dueño del Edén Hotel.
Cuando Hitler gana las elecciones y se hace cargo de la Cancillería, la relación entre el gobernante y el matrimonio se vuelve más que pública. De hecho, son invitados por el gobierno alemán para ser condecorados por el mismísimo canciller.
Mientras tanto, el ejido urbano de La Falda sigue desarrollándose, de modo tal que en 1934 logra tener municipio propio, y se escinde del de la localidad de Huerta Grande. Paralelamente la medicina muestra avances en la lucha contra las enfermedades, y comienzan a surgir curas antes impensadas… Casi sin darse cuenta, la región del Valle de Punilla va perdiendo el atractivo curativo que fuera su primer imán, pero como la situación de esplendor parecía no tener fin, poco importaba.
Pasillo que comunica los dos jardines de invierno que había en el primer piso.
Las piezas continúan moviéndose en este ajedrez virtual, y algunos grupos argentinos que no eran afines a las ideas sostenidas por el Partido Nacional Socialista Alemán comienzan a mirar con desconfianza al matrimonio y a su hotel. Y denuncian que en el establecimiento funciona una radio de onda corta cuya función sería información al Tercer Reich, sin embargo se encuentran con que el lugar tiene “protección” policial, y obviamente política… El 13 de diciembre 1939, en la conocida “batalla del Río de la Plata” el acorazado Admiral Graf von Spee es hundido en los mares del Sur, y siete de sus tripulantes buscan refugio en el hotel cordobés, donde, aseguran los lugareños, son contratados como empleados.
Como es sabido, no es bueno para un emprendimiento comercial ligarse a una idea de manera tan marcada, tal como el Edén Hotel quedó adherido al nazismo, pues cuando ésta deja de tener importancia resulta muy difícil desligarse en la caída… El desenlace de la guerra es conocido por todos, y el Edén fue arrastrado sin piedad al abismo. El gobierno argentino declara la guerra al Eje hacia fines de 1945 por cuestiones meramente geopolíticas y el establecimiento es incautado a sus dueños y transformado en prisión para diplomáticos japoneses.
Hacia 1947, el presidente Perón les devuelve a sus dueños el hotel, quienes deciden ponerlo en venta. El grupo de compradores fue conocido como “las tres K” debido a sus apellidos (Kartulowicz, Kamburis y Kutscher), aunque existen versiones que agregan a ese grupo a un propietario más… Juan Duarte, cuñado del Primer Mandatario. El hotel no logra levantar cabeza y sigue su caída sin fin, hasta que en 1965 el apoderado del establecimiento, Armando Balbín, hermano del político radical, decide cerrarlo definitivamente. Cinco años más tarde, se intenta instalar un casino en su planta inferior, pero todo el plan queda varado.
Como en la vida, en que los hijos terminan devolviendo a sus padres algo de lo recibido cuando éstos ya no pueden valerse por sí solos, el Municipio de La Falda compra en remate judicial el predio y el edificio hacia 1998, y se lo declara Monumento Histórico Provincial. Hoy en día está siendo rescatado lentamente del olvido y la desidia, y ofrece visitas guiadas a los turistas interesados en su historia de tan sólo un siglo.
El establecimiento quedó reducido a 9 hectáreas de las 900 originales, y el pueblo de La Falda se volvió su refugio al final de la avenida Edén (que fuera otrora el camino obligado de un kilómetro y medio para ingresar al hotel desde el acceso principal, que estaba a metros de la actual ruta 38). No obstante, esto no sirvió como protección, pues el establecimiento fue saqueado y destruido. Dicen en el lugar, en “broma”, que para hacer una visita al hotel en todo su esplendor, habría que recorrer todas las casas de La Falda.
Si su historia final hubiese sido otra, hoy en día podríamos tener una vista del pasado como suspendida en el tiempo, como en las imágenes rescatadas del Titanic, pero el Edén Hotel no fue salvaguardado por el agua, y ahora está imposibilitado de mostrarnos su antiguo brillo más allá de hacerlo por viejas fotografías. Ni siquiera los fantasmas que, dicen, pasean su rancio glamour por los restos del establecimiento han podido evitar el desguace… Sí, fantasmas… pero ésa -sin duda- es otra historia…
El "teatrino" fue construido hacía la década de 1930, junto con un salón de baile y más habitaciones (en la foto se ven las destinadas a los pasajeros hombres solteros). Esta reforma rompió la simetría original de la constucción.

Vista de una de las usinas de electricidad para autoabastecerse con la que contaba el complejo.
Recepción del hotel y escalera hacia el primer piso... hoy en día esta parte ya se encuentra remozada.