martes, 17 de febrero de 2015

Primera prohibición del Carnaval en el Virreinato del Río de la Plata

Estamos finalizando las festividades de Carnaval de 2015, y sirve la ocasión para recordar un hecho histórico que hace a esta celebración. Ya hemos hecho referencia a las idas y vueltas que ha tenido esta fiesta en "Carnaval toda la vida" (6 de marzo de 2011). Ahora nos remontaremos a 1778, cuando el virrey Pedro de Ceballos (el primero del Virreinato del Río de la Plata) dictaba un bando por el cual prohibía el Carnaval "en vista de los excesos que se cometen en estas fiestas".
Resulta que el alcalde de primer voto Judas José de Salas solicitó al virrey el 25 de febrero de 1778 la prohibición de las festividades por hacer "fastidiosa la habitación" de la Ciudad, debido a que durante su desarrollo "se apura la Grosería de echarse agua y afrecho y aun muchas inmundicias, unos a los otros, sin distinción de estados ni sexos, llegando al desenfreno, que ni aun en su propia casa se está el más recogido, ni la señora más honesta a cubierto de un insulto porque suelen introducirse cuadrillas de hombres y mujeres disfrazadas, y muy proveídos de huevos y otras menudencias arrojadizas..."(1).
Pero se ve que no quedaba sólo en ensuciar o insultar a la gente, sino que Salas da cuenta de que esos asaltos a las casas tenían otras consecuencias más graves: "...estas cuadrillas roban y rompen los muebles, después de dejar muy mal trazadas y tal vez heridas a las personas de los dueños".
Es así, pues, que el 28 de febrero, el Virrey firma el bando por el cual prohíbe "los dichos juegos de Carnestolendas, encargando su celo a todas las Justicias, Cabos Militares, y Patrullas, y a quien contraviniere a este mandato se le castigará a mi arbitrio y como corresponda".
Acompaña al documento un texto el secretario Joseph Zenzano, que establece que "con voz de pregonero hice publicar el bando antecedente en los parajes públicos, y fijé copia en las puertas del Ilustre Cabildo...

Virrey Ceballos (imagen Wikipedia).
(1) Documentos para la historia del virreinato del Río de la Plata, 1912, tomo I, pág. 229.

sábado, 7 de febrero de 2015

Historia de traiciones en las Islas Malvinas

Ubicación geográfica de la Isla Nueva.
Sabemos que el territorio que conocemos como "Islas Malvinas" es un archipiélago compuesto por más de doscientas islas e islotes, aunque destacan solamente las de superficie más grandes (Soledad y Gran Malvina). Lo que tal vez desconozcamos son las historias mínimas que transcurren en ellas desde que fueron descubiertas por el hombre. Una de ellas, de la que nos haremos eco en esta ocasión, nos remonta a la segunda década del siglo XIX, y bien podría ser el argumento de un cuento de aventuras. De hecho, Federico Lacroix, quien la relata en su Historia de la Patagonia, Tierra del Fuego e Islas Malvinas(*), la compara con el famoso relato de Daniel de Foe, Robinson Crusoe.
El escenario de este relato no es Juan Fernández, sino un islote al oeste de Gran Malvina, llamado "Isla Nueva", al cual Lacroix le quita toda importancia para su libro, de no ser por esta historia de traiciones.
"La Isla Nueva no merecería que hiciésemos de ella especial mención, si no hubiera sido el teatro de una aventura muy dramática que no debemos pasar en silencio.
Digamos desde luego, para dar una idea del lugar de la escena, que esta isla es montañosa en extremo y que su parte occidental ofrece una cadena, serie de horrorosos precipicios; en cuyo fondo bulle a veces el mar con un ruido espantoso. Un muro impenetrable de peñascos que eleva quinientos cincuenta pies sobre las olas, y cuyo aspecto sombrío infunde un terror inexplicable en el alma del espectador. Cuando el viento de oeste sopla con violencia, las olas furiosas se estrellan contra esta mole gigantesca envolviendo su base con una nube espesa de vapor mezclada de espuma."
Ubicados ya en la geografía del lugar, comienza Lacroix con el relato de su historia: "A principios de 1814, el capitán Barnard, de la marina de los Estados Unidos, se vio forzado a tocar en New Island[**], durante un viaje emprendido para completar un cargamento de pieles finas. Así como se disponía a dejar esta soledad, encontró en la costa meridional la tripulación de un navío inglés que naufragó, y que se componía de treinta personas, entre las cuales había algunos pasajeros [que] andaban errantes por aquellas playas, poseídos de la desesperación. El buque americano era muy chico, y los náufragos, muchos; pero la humanidad alzó su imperiosa voz, y Barnard no titubeó en recoger a los ingleses.
El primer impulso de estos desgraciados al ver la generosidad del capitán americano, fue el de un vivo agradecimiento; pero esta impresión fue poco a poco cediendo a una idea enteramente contraria. Los Estados Unidos de América se hallaban en guerra entonces con la Gran Bretaña, y esta circunstancia les sugirió un pensamiento sumamente injurioso para el honrado Bernard [sic] . Éste les había prometido bajo su palabra de honor, dejarles en un puerto brasileño cuando regresara a su patria. Pero esta promesa no les tranquilizaba; imagináronse que el capitán tenía el odioso proyecto de traficar con su libertad y entregarles por una recompensa al gobierno de los Estados Unidos."
Mientras tanto, los preparativos para partir seguían su curso, y esto incluía hacerse de las provisiones necesarias para tanta gente. "Un día, después de haber andado errante mucho tiempo con cuatro marineros, regresaba cargado de la caza [...]; ya estaba cerca de la playa e iba a embarcarse en la lancha, cuando echó de ver que había desaparecido el buque. Atribuyó la causa a la niebla que se había levantado durante su ausencia, pero por más que llamaba, nadie respondía, decidióse entonces a ir remando hacia donde había dejado anclado el buque, y llegado al lugar acabó de convencerse de que había desaparecido. Los ingleses habían cortado efectivamente el cable y tomado el rumbo de Río de Janeiro, abandonando sin piedad a su libertador y a cuatro marineros más en aquellas regiones inhospitalarias".
Ubicación geográfica de la Isla Nueva (detalle).
Una vez repuestos de la sorpresa y la indignación, no les quedó más remedio que intentar amigarse con el lugar, e intentar establecerse en esta colonia improvisada a la que habían sido obligados. "[...] Los huevos de albatros y algunos mariscos que recogieron en la orilla del mar, les facilitó por unos días alimento abundante. Luego enseñaron a un perro, que por casualidad habían llevado consigo, a cazar los cerdos, cuya carne les fue de mucha utilidad. Plantaron también algunas patatas, que habían sacado del barco para almorzar el día de la infausta cacería, y al año siguiente recogieron suficiente para hacer provisión de invierno. La piel de las focas que mataron con las pocas municiones que tenían les sirvió de vestidos. En fin, lograron construir una casita de piedra bastante sólida para resistir a la violencia de los huracanes, tan frecuentes en aquellos parajes...".
Según cuenta Lacroix, lo que más padeció este capitán fue que, sin barco que capitanear y ante una situación crítica como la que estaban pasando, los cuatro marineros le habían perdido el respeto y no consideraban que debieran continuar subordinados a su autoridad. De hecho, penurias de  Barnard finalizaron con la traición de los ingleses, sino que tuvo que hacer frente a otra crisis más, al darse cuenta que un día sus cuatro acompañantes forzosos decidieron no volver luego de un día de caza.
"[...] Al amanecer dirigióse con un siniestro presentimiento al sitio donde estaba amarrada la lancha, pero ésta había desaparecido. Conoció entonces que aquellos miserables se habían fugado, dejándole abandonado a su suerte. El dolor que experimentó fue inexplicable [...]. El capitán entró desanimado a su cabaña. Sin embargo, al día siguiente volvió a sus tareas cotidianas como si estuviese con sus compañeros, trabajando sin interrupción para no entregarse a la desesperación, dominando así su espíritu con el uso excesivo sus fuerzas físicas."
Al parecer, el doblemente abandonado Barnard no perdía las esperanzas, y subía un par de veces al día a una montaña que, por su ubicación, era un excelente mirador natural, allí pasaba el tiempo "interrogando al horizonte y quedándose estático cuando veía un punto negro que tenía la apariencia de un buque".
"Ya habían transcurrido muchos meses desde la huida de los marineros, cuando un día que Barnard se hallaba sentado a la puerta de su cabaña, vio unos bultos parecidos a hombres que se dirigían hacía él. No se engañó, pues eran los cuatro fugitivos que, no habiendo podido pasar más adelante de las islas vecinas, e incapaces de poder adquirir la subsistencia, venían a implorar el perdón de su superior y vivir con él. Este día fue de fiesta en New Island; celebróse la llegada de los marineros y cada cual olvidó por un momento sus sombrías ideas y su presente situación."
Sin embargo, relata Lacroix que uno de los cuatro marineros (tal vez culpando internamente al capitán) ideó asesinar a Barnard. Los otros tres hombres decidieron dar por aprendida la lección que la vida parecía hacerles vivir, y no sólo no se plegaron a este motín en tierra, sino que denunciaron al insurrecto a su otrora superior al mando. El díscolo fue expulsado, pero al cabo de tres semanas "juzgó el capitán que estaba suficientemente castigado y le permitió volver a sentarse con ellos al hogar. Desde entonces reinó entre los cinco la mayor armonía, y el bien general fue consiguiente a esta paz tardía".
El narrador de esta historia comienza en este punto a contar una convivencia tranquila gobernada por la aceptación y cierto buen ánimo, a pesar de que "la nostalgia minaba sordamente la existencia de estos hombres, víctimas de la traición más horrorosa". Para continuar relatando que, cuando parecía toda esperanza perdida, las cosas volverían a tomar otra dirección. "Quizás su estrella les destinaba a sucumbir bajo el peso de la cruel agonía que les devoraba, cuando en 10 de diciembre de 1815, una vela lejana les anunció el fin de su cautiverio...".
Cierra Lacroix su historia con una paradoja, tal vez como para no ser acusado de cargar las tintas contra los ingleses, a pesar de que su relato así lo deja entrever. Cuenta que "quiso la casualidad que este mismo Barnard vendido por unos ingleses, debiese su libertad a otros de la misma nación, porque el bajel que los recibió a su bordo había salido de un puerto de la Gran Bretaña".
Hasta aquí, la historia de Lacroix, que tal vez a causa de la traducción al castellano, o tal vez por querer componer un relato más literario que histórico, presenta algunos huecos (como nombres y fechas, que harían comprobable lo narrado). No obstante, existen registros de esta historia, uno de ellos es el que relata Sergio Esteban Caviglia(***). "El bergantín Nanina, a mando del capitán Valentine Barnard[****], de Hudson, zarpó de Nueva York el 4 de abril de 1812, hacia las Islas Malvinas en un viaje de caza de ballenas y lobos. Arriban a las islas, y en abril de 1813 se encuentran con los náufragos del bergantín inglés Isabella. [...] El capitán Barnard recibe a los oficiales, tripulantes y pasajeros a bordo de su buque, y fueron traicionados y abandonados en una isla. Recién fueron rescatados en noviembre de 1814".
El texto de Caviglia nos permite saber, más allá de las diferencias con Lacroix, que los protagonistas de esta historia de traiciones son reales, y que no se trata de un intento de emulación del famoso relato de De Foe, o una mera historia folclórica de marinos, aunque esto último no le hubiera quitado interés al relato.

(*) Lacroix, Federico, Historia de la Patagonia, Tierra del Fuego e Islas Malvinas, Imprenta del Liberal Barcelonés, Barcelona, España, 1841.
(**) Si bien Lacroix al comienzo utiliza "Isla Nueva", luego decide volcarse por "New Island", probablemente porque al momento de edición del libro, las Malvinas ya habían sido invadidas por los ingleses (1833).
(***) Caviglia, Sergio Esteban, Malvinas. Soberanía, Memoria y Justicia, 10 de junio de 1829, Ministerio de Educación de la Provincia del Chubut, Rawson, Chubut, 2012.
[****] Cabe aclarar que si bien el autor lo llama "Valentine", más adelante cita un libro denominado Una narración de los sufrimientos y aventuras del Cap. Charles H. Barnard.