"Muerte de Julio César" de Vincenzo Camuccini (1798). |
Para los romanos, los “idus” eran los días 13 de cada mes, excepto para marzo, mayo, julio y octubre que eran los días 15. Y quizás el idus más conocido sea el del mes dedicado al dios Marte (patrono de la guerra) que era el de marzo (Martius). Comúnmente, los idus eran vividos como jornadas de buenas noticias. Tal vez por eso, los idus de marzo del año 44 antes de Cristo quedaron signados por el horror, pues durante la mañana de ese día se produjo en Roma un magnicidio.
Según cuenta Plutarco, el César fue advertido por algunas personas, pero él desoyó las recomendaciones. Relatan las fuentes (históricas y literarias) que cuando el emperador iba camino a la reunión con los senadores, se cruzó con el sacerdote que le había advertido días antes sobre el futuro sombrío que avizoraba para él, y que Julio César lo increpó: “Los idus de marzo ya han llegado, y sigo vivo”. A lo que el adivino le respondió: “Es verdad, ya han llegado; pero aún no han terminado”.
En las escalinatas de la Curia fue interceptado por otra persona que le entregó un pergamino que, cuentan, contenía el listado de complotados… Julio César lo tomó en sus manos, e hizo oídos sordos al ruego del hombre que le advertía que lo leyera antes de que ingresara. Probablemente, toda esta situación se había visto fogoneada por el hecho de que el emperador había disuelto su guardia mientras permaneciera en Roma, pues no veía conveniente que los ciudadanos lo viesen caminar por la ciudad custodiado de su propia gente.
Una vez dentro de la Curia, durante la reunión, Tilio Cimber se acercó lo suficiente al César y lo tomó con fuerza de la toga. El emperador, sorprendido, le gritó: “¡¿Qué violencia es esta?!” (“¿Ista quidem vis est?”). Acto seguido, la mano de Casca, que empuñaba una daga, cayó sobre César, quien sintió el frío metal sobre el cuello. El senador atacante gritó a sus compañeros para que lo ayudaran, mientras César intentaba mantenerse en pie, entre el dolor y la sorpresa. Casi inmediatamente, 60 senadores se abalanzaron sobre el emperador, quien intentaba luchar cada vez más infructuosamente, por razones obvias. El cuerpo del César recibió 23 puñaladas. Suetonio cuenta que, ya en el piso, alcanzó a ver a Bruto (hijo de su amante y a quien quería como si fuera su progenitor), y le balbuceó: “¿Tu también, Bruto, hijo mío?” (“¿Tu quoque, Brute, filii mi?”). Sin embargo, suena más racional y humano que el emperador no haya podido decir palabra (como sostiene Plutarco), y eso no sea más que parte de la ingeniería que luego de la muerte de un líder se pone en marcha para erigirlo en héroe. Nos sobran ejemplos de estadistas de todas las latitudes a los que, a la hora de morir, se les han ocurrido frases elocuentes, con tanta suerte como para que haya testigos que las anoten.
La crónica de aquellos idus de marzo de hace 2058 años señalan que, casi inmediatamente luego del “cesaricidio”, los asesinos huyeron del recinto para anunciar por las calles que el emperador había muerto (y para sortear cualquier represalia, claro está), dejando el cuerpo de uno de los hombres más poderosos de la Antigüedad, ultrajado y en la más absoluta soledad, hundido en su propia sangre.
Mucho mito, algo de realidad, y las premoniciones desoídas sobre los idus de marzo, que han llegado hasta nuestros días con el fin de advertirnos (de manera casi críptica) sobre aquellos que nos rodean… Aunque no se trata de temer, sino de estar atentos.
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