¿Quién no ha tomado unos mates o un café con leche acompañado de alguna factura? Estas masas forman parte de la mesa de cualquier desayuno (argentino, al menos). Sin embargo, la cotidaneidad hace que muchas veces no reparemos en el detalle de sus nombres y formas, que resultan, cuanto menos, curiosos.
No es ninguna novedad que el anarquismo está en contra de cualquier tipo de autoridad (política, policial, religiosa, etc.). Hacia finales del siglo XVIII, los panaderos conformaban un gremio liderado por anarquistas. Más allá de las grandes huelgas en pos de una jornada de trabajo en condiciones humanas y salario digno, el gremio liderado por el italiano Enrrico Malatesta no vio mejor forma de lucha que la burla y el sarcasmo volcado sobre sus "enemigos", por lo que bautizaron a las distintas masas que vendían en sus locales con denominaciones como "bolas de fraile", "suspiro de monjas", "sacramentos", "vigilantes", "cañoncitos de dulce de leche", "bombas de crema", etcétera.
Y hasta los locales tomaron nombres como "El Cañón", que nada tiene que ver con el trigo, la masa o el pan, y que no resistirían ninguna explicación (fuera de la expuesta).
Mucho después vinieron los atentados (no de manos de los panaderos, pero sí de los anarquistas), como el que sufriera el jefe de Policía Ramón Falcón. Pero sin dudas, la lucha anarquista pacífica e irónica de finales del siglo XVIII fue la que trascendió los años y, aunque cueste creerlo, se instala en nuestras mesas cada mañana.
Nada originales...
Sin embargo, la idea de los panaderos de mofarse de los enemigos no era nueva. Existen varias "leyendas" sobre por qué la medialuna tiene esa forma, y si bien varían sobre años y protagonistas, lo cierto es que todas confluyen en que fue una masa preparada especialmente para festejar la derrota del ejército turco, cuyo avance sobre Europa fue repelido en las puertas de Viena. Obviamente, la idea era comerse el símbolo que representaba a los otomanos, el que mostraban orgullosos en sus banderas y estandartes: la medialuna (del francés croissant, que en castellano significa "creciente", como la fase de la luna). sábado, 28 de agosto de 2010
domingo, 22 de agosto de 2010
Pasaje Rivarola: la calle espejo
Caminar por la ciudad de Buenos Aires puede ser una experiencia interesante. Rincones curiosos, lugares históricos y con historia, y obras de arte nos esperan a la vuelta de la esquina, aunque -también hay que remarcarlo- no siempre están al alcance del ojo distraído o apurado.
Por caso, en la zona de Tribunales se encuentra el Pasaje Rivarola, de una cuadra de largo, que a simple vista no ofrece nada llamativo para quien lo transite.
En 1924, los ingenieros Petersen, Thiele y Cruz, comenzaron a construir esta calle que se extiende entre Bartolomé Mitre y Juan D. Perón, ambas a la altura del 1300, y cuya notoriedad la aporta el hecho de que una de sus veredas se refleja (o se reflejaba, en su momento) a la perfección sobre la otra. Un juego de simetrías por demás interesante, que se vuelve más obvio al mirar las cuatro cúpulas que custodian las entradas del pasaje.
En un principio, los ocho edificios de cinco pisos cada uno fueron pensados para departamentos de renta, a cargo de la Aseguradora La Rural (que en esa época le dio nombre al pasaje). En su interior, las construcciones también guardan simetría, y eso puede verse en sus halls de entrada. En 1948, la ley de propiedad horizontal daría la posibilidad de compra a los inquilinos, y en 1957, el pasaje tomaría el nombre de Rodolfo Rivarola, un intelectual de la Generación del '80.
A lo largo de esta cuadra, elegida numerosas veces como locación para la filmación de películas y publicidades, pueden visitarse un local especializado en reparación en antiguos relojes de bolsillo, una librería, y una galería de arte.
En la actualidad, la simetría perdió perfección debido, entre otras cosas, a la colocación de equipos de acondicionadores de aire; sin embargo, este hecho no rompe del todo la magia. Tal vez haría falta transformarlo en un pasaje peatonal, para que se pueda apreciar mejor su gracia.
El Pasaje Rivarola es una callecita de Buenos Aires con un qué se yo, que los amantes de la arquitectura neoclásica francesa no pueden dejar de recorrer.
Foto de la década del '20, que permite ver la simetría del pasaje recién construido.
lunes, 16 de agosto de 2010
El amor es más fuerte
Puede decirse sin ningún tipo de duda que Romeo y Julieta es la historia de amor por antonomasia. Las desventuras de los "amantes de Verona" se replicaron desde su publicación millones de veces, dando a luz a los relatos más variados. Los jóvenes que desafiaron los mandatos de dos familias enfrentadas a muerte (los Montesco y los Capuleto) para poder construir su propia historia fueron tomados como base de cuanta novela se publicó en todos los rincones del mundo.
Sin embargo, y a pesar de lo que al menos yo suponía, la obra de teatro de William Shakespeare no es original. Leyendo Las Metamorfosis, de Ovidio, encontré un mito que bien podría haber dado inicio a la historia de estos amantes que pagaron con su vida la desobediencia al poder impuesto.
Cuenta el poeta latino Publio Ovidio Nason: "Píramo y Tisbe, el uno el más bello de los jóvenes; la otra, la más admirada de las doncellas que el Oriente tuvo, vivían en unas casas contiguas [...] los dos se abrasaron en una misma pasión que se apoderó de sus corazones, cosa que los padres no pudieron impedir". Cuenta el mito que se dividió la ciudad con una pared para evitar que los jóvenes se vieran, se hablaran, se amaran.
Cierto día, Píramo y Tisbe descubren una ligera grieta en el muro, y por allí comenzaron a comunicarse. "Entonces, con un pequeño susurro deciden que en el silencio de la noche intentarán burlar a los guardianes y salir por las puertas y, luego de hallarse fuera de sus casas, abandonar también la ciudad".
Sale primero Tisbe, ocultando su rostro, y llega antes de tiempo al punto de encuentro que habían fijado. La doncella de Babilonia ve entre las tinieblas de la noche una leona "con sus fauces espumeantes, teñidas aún con la sangre de los bueyes que acababa de devorar". La joven decide ponerse a salvo, y huye a ocultarse, pero pierde en su camino el velo con el que se cubrió para no ser reconocida. El animal encuentra el velo, y lo desgarra con su boca ensangrentada.
Cuando llega Píramo, ve las huellas del felino y el velo ensangrentado, y sumido en el dolor de la pérdida que cree que ha sufrido, promete: "La misma noche será la muerte de los dos enamorados"... toma el velo y debajo del árbol donde debían encontrarse, dice "recibe ahora también mi sangre que sacará mi mano", y se hunde en un costado un hierro.
Tisbe regresa, y encuentra a su amado muerto, llora y decide seguir los pasos de Píramo, y bajo el árbol se lamenta: "¡Oh! Desdichado. Tu mano y el amor te han matado. Yo tengo también una mano fuerte para esto y un amor. [...] Y tu, árbol, que cubres con tus ramas el infortunado cuerpo de uno, aunque pronto cubrirás los dos, conserva las señales de nuestra muerte, produce ya siempre frutos oscuros en señal de duelo, para atestiguar que dos enamorados te rociaron con su sangre", y dicho esto se quita la vida. El mito cuenta así el origen del color de las moras, pues éste era el árbol en cuestión.
Las coincidencias son muchas. Píramo y Tisbe rencarnan en Romeo y Julieta, y desde ese momento, gracias a la genial pluma del poeta inglés, se proyectan a través de los siglos, transformándose en iconos del amor profundo, capaz de vencer a la muerte.
Píramo, Tisbe, la leona y el árbol de moras, en un fresco encontrado en la ciudad de Pompeya.
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