En el principio fue la confrontación. Así podría comenzar un relato de los planteos maniqueístas que se vienen desarrollando en la Argentina desde sus orígenes: morenistas o saavedristas, unitarios o federales, conservadores o radicales, oligarcas u obreros, peronistas o antiperonistas, azules o colorados, y siguen los ejemplos hasta nuestros días.
Uno de esos enfrentamientos es el responsable de que la Biblioteca Nacional haya sido contruida en el predio de la calle Agüero al 2500.
La historia se remonta a inicios del siglo XIX. La exclusiva zona en la que hoy en día se encuentra el edificio no era más que las afueras de la aldea en la que se desarrollaba la vida. El río dibujaba la costa a pocos metros de allí, y se utilizaban esos terrenos como depósito de basura. La población fue creciendo, y Buenos Aires se fue expandiendo. Mariano Saavedra (el hijo de Cornelio) edificó allí una vivienda, y parquizó el terreno circundante. Años más tarde, vendería el lugar a Mariano Unzué, quien construiría allí una mansión de estilo afrancesado, de última moda por aquellos tiempos para las famlias acaudaladas.
Pasaron los años y con ellos el apogeo de la "aristocracia" porteña. La crisis de 1930 provocó que las deudas impositivas de las familias ganaderas se incrementaran, hasta que el gobierno decidió poner en marcha un plan de expropiación de bienes para cubrir el déficit recaudatorio.
Fue así que muchos palacetes de la ciudad de Buenos Aires pasaron a manos del Estado durante de la década del '30. El diputado socialista Enrique Dickman denunció la medida como una forma encubierta de "salvación económica de las familias en crisis" (¿qué hubiera dicho este buen hombre cuando Cavallo -como presidente del Banco Central- estatizó las millonarias deudas privadas, salvando a empresarios de la quiebra, y quebrando a todo un país en 1982?). Muchas mansiones, entonces, se convirtieron en sedes diplomáticas, otras se destinaron a dependencias del Estado, y el palacio Unzué se transformó en residencia presidencial. Sin embargo, fue Juan Domingo Perón el primero y único mandatario que vivió con continuidad en el edificio.
Sólo esto bastó para que la mansión fuese tomada como símbolo del gobierno peronista. Fue en las paredes circundantes a la casona que alguien escribió hacia 1952 "viva el cáncer", mientras la primera dama, María Eva Duarte de Perón, agonizaba en el dormitorio principal ubicado en el primer piso.
Perón continuó ocupando la residencia hasta que la "Revolución Libertadora" lo derrocó en 1955. Caído el régimen populista, el nuevo gobierno se encargó de destruir todo lo que estuviera a su alcance que pudiera hacer recordar a su antecesor. Y el palacio Unzué (enero de 1958) no fue una excepción.
En 1960, mediante una ley del Congreso, se decide destinar el predio a la construcción de la Biblioteca Nacional. Es posible que la idea subyacente haya sido una respuesta al viejo eslogan peronista de "alpargatas sí, libros no"... ¿quién había ganado la batalla después de todo?, pensarían.
Reflexiona Alicia Dujovne Ortiz: "A la caída del régimen, en 1955, la Revolución Libertadora mandó demoler la noble morada hasta borrar los últimos vestigios, para que, en el futuro, ningún presidente argentino durmiera bajo el techo que había cobijado la vergüenza. [...] El sentido estaba claro: erigir, en el mismo sitio que se había refugiado la ignorancia, el símbolo de la cultura" (Dujovne Ortiz, Eva Perón. La biografía, Aguilar, 1995).
Sin embargo, no todo fue tan sencillo, y mucho menos rápido. La batalla contra los fantasmas de un pasado que no les era ajeno no concluyó con las diferentes decisiones administrativas, porque como suele suceder en la Argentina, todo lleva más tiempo del planificado, y mucho más si participa la política. Desde el dictado de la ley 12.351 hasta la elección de la propuesta arquitectónica (a cargo de Clorindo Testa) pasaron diez años. Y tendrían que transcurrir veintidós años más hasta que el edificio fuese inaugurado (1992).
La confrontación entre peronistas y antiperonistas redactaba, de esta forma, un capítulo más de una novela en la que sus protagonistas viven empantanados en una guerra que no conduce a ningún final feliz, aunque eso pareciera no importarles.