"La Batalla de Maipú", de Juan Mauricio Rugendas (c. 1837). |
Desde que somos chicos, nos enseñan en la escuela las proezas de nuestros antepasados que lucharon y dieron sus vidas por la construcción de la nación. Muchas veces los hechos han sido “adaptados” con la intención de que generen admiración en quien llega a ellos. Al menos ésta era la política que se seguía a finales del siglo XIX, pues había que conseguir que los inmigrantes sintieran orgullo del país que habían elegido para continuar sus vidas.
Muchos de estos sucesos han llegado a nuestros días a pesar del revisionismo al que los han sometido los distintos gobiernos, y muchos otros (imposible saber cuántos) han quedado en el olvido… En estos días, he tenido acceso a uno de los hechos que se perdieron en la niebla del tiempo, y me pareció una historia digna de destacar en este espacio.
Bajo el título “El sargento Vasconcelos - Episodio de la Batalla de Maipú, el 5 de abril de 1818” se publica en “La Revista de Buenos Aires” un texto de Gerónimo Espejo, en el que relata una historia que bien podría haber inspirado una película de Hollywood, de ésas en las que el héroe, moribundo, pelea solo contra el mundo, y gana.
El soldado en cuestión se llamaba Francisco de Borja Vasconcelos (1797-1864), un sanjuanino que a los 20 años se vio enfrentado a la muerte, y logró sortearla con éxito. El hecho sucedió en territorio chileno (los cerrillos de Maipo) durante la Batalla de Maipú, hito fundamental en la búsqueda de la independencia de Chile.
Dicho esto, cuenta Espejo lo siguiente:
En seguida de la batalla de Maipú, como acontece siempre en todo ejército después de un gran suceso de armas, corrían innumerables episodios y moralejas de ese día memorable. Entre ellos había oído referir uno de los poco comunes, aunque muy factible —que se decía ocurrido entre un sargento Vasconcelos del batallón número 1 de Cazadores de los Andes, u unos cuantos heridos realistas sobre el mismo campo de batalla.
Se decía —que habiendo sido herido en la cara el sargento Vasconcelos en la segunda carga que desalojó el ala derecha enemiga de la fuerte posición que había tomado, el capitán de su compañía le había ordenado marchase a retaguardia a hacerse curar en el hospital de sangre; y que al cruzar el campo donde acababan de combatir, se levantaron unos cuantos españoles heridos de los que habían caído, aunque no de tanta gravedad que no pudieron tenerse en pie, al ver solo a aquel insurgente (epíteto con que los realistas apostrofaban a los guerreros de la independencia) y sin que hubiese alguno de sus compañeros que lo auxiliara, lo atacaron cuatro o cinco, unos de aquí y otros de acullá, dominados de esa iracundia vengativa y sanguinaria en que ardían por esos tiempos los españoles, aun contra los más inofensivos americanos. Pero Vasconcelos siendo de más coraje de hombre a hombre, más ágil, más sereno y acaso más diestro en las armas, sin darles tiempo a reunirse, fue despachándolos con la noticia a la eternidad uno tras otros.
Confieso que en los primeros momentos tuve por exagerado este cuento, por su tamaño y singularidad; pero haciéndome una fuerte impresión, me propuse pedir detalles a algunos oficiales amigos del mismo batallón de Cazadores, a quienes suponía mejor informados y en posesión de pormenores que no se referían. En efecto, en las ocasiones que me vi con el capitán Martel, con el teniente Zuloaga y Zorrilla, y en particular en las diversas veces que por turno me tocaba la visita de hospital a los heridos de mi cuerpo, los oficiales de dicho batallón que acudían con el mismo objeto, me aseguraban unánimes la realidad del hecho. Me enseñaron al sargento tendido en su cama, añadiendo algunos pormenores que daban al suceso mucha verosimilitud. Quedé persuadido por entonces del hecho desde que lo confirmaban con repetición tantos amigos y compañeros dignos de crédito, aunque no sin dejarme todavía alguna duda, por falta quizá de algunas minuciosidades que acabasen de persuadirme. Empero a la vuelta de cuarenta y tres años de ese acontecimiento, y cuando tan largo transcurso apenas dejaba un recuerdo con uso de él, una casualidad vino a ofrecerme la ocasión de satisfacer mi deseo de tan lejano entonces, y de recoger los pormenores de la misma fuente.
Se presentó en la ciudad de Paraná en diciembre de 1861, por asuntos personales, el teniente coronel de Infantería don Francisco de Borja Vasconcelos, natural de la ciudad de San Juan, la misma persona que como sargento he citado más arriba, y que yo había conocido en el hospital días después de la batalla de Maipú. Después de darnos a conocer mutuamente, recordando una vez las campañas del Ejército de los Andes y los diversos incidentes y peripecias, en especial del suceso que le era personal, le manifesté el vivo deseo que había tenido y en presencia me renovaba, de oírselo referir. Él mostrándose deferente, se ofreció a dedicar un día para darme las explicaciones que yo deseara. Llegado este día, me dijo —Que fue positivo el lance referido. Que su vida estuvo en mucho riesgo el día de la batalla, y que no extrañaba que yo hubiese puesto en duda su veracidad, cuando en su propio batallón hubo muchos a quienes sucedió lo mismo. La causa que dio motivo a ello fue haber recibido su herida en la boca, rompiéndole ambas mandíbulas y destruido toda la dentadura, lo que privó del uso de la palabra, por cuyo motivo los pocos detalles que entonces pudo dar por escrito fueron lacónicos y diminutos porque la fiebre y el tormento que sufría en la cabeza no le daban lugar a más. A los cincuenta o setenta días después de la herida, declinó su gravedad y recobró algunas fuerzas pudiendo alimentarse con menos dificultad que al principio, entonces le fue posible escribir sin tanta molestia y dar una idea algo más extensa del acontecimiento, pues por más de cinco meses estuvo haciéndose entender por señas como mudo, o escribiendo algunos renglones cuando no conseguía hacerse comprender. El hecho, en fin, sucedió como pasa a referirlo.
“Habiendo el general San Martín mandado al general Alvarado (teniente coronel, entonces), jefe de la división de Infantería del ala izquierda, que con los Batallones núm. 1º de Cazadores y núm. 8, tomase una colina o posición elevada que tenía a su frente, los realistas con igual designio habían destacado, según cree, al Regimiento de Burgos encubierto por la misma altura. Por la localidad y formación en que estaban los Batallones 1º y 8, a este le tocaba posesionarse de la cima; pero, tanto el núm. 8 cuanto los realistas vinieron a saber que hacían la misma maniobra de una y otra parte, cuando se avistaron de improviso frente a frente en la cúspide de la colina. Sea que los españoles fuesen más aguerridos, con mejor disciplina, o que su jefe fuese más perspicaz, el hecho fue, que hicieron una descarga sobre el núm. 8 a quemarropa, que le echó a tierra una gran parte de la compañía de Granaderos y tuvo que retroceder. El núm. 1º de Cazadores que marchaba a su izquierda, aunque rompió sus fuegos para protegerlo y ver si restablecía el combate, fue abrasado de igual modo por los fuegos de los españoles, y también se vio obligado a alejarse de la posición. El enemigo inmediatamente estableció una batería de cuatro piezas de artillería, que rompiendo un fuego abrasador a metralla sobre la división que se retiraba, protegía al mismo tiempo la persecución que hacía al núm. 8 desde la altura hasta el bajo, para sacar todo el fruto de la ventaja conseguida. Mas el general San Martín que observaba esta escena, y que probablemente se persuadió más de la importancia de la posición por el empeño que el enemigo ponía en sostenerla, mandó a carrera los Batallones núm. 1º, 3 e Infantes de la Patria (perteneciente al Ejército de Chile y formaban parte de la división de Reserva) a proteger al núm. 8 y 1º de Cazadores de los Andes, que a la sazón se rehacían para volver al ataque, lo cual visto por el enemigo, contuvo su marcha y aun retrocedió a la altura. El coronel Freire que mandaba la caballería de la misma ala, al ver el rechazo que la división Alvarado había sufrido, emprendió una carga sobre una columna de la propia arma que tenía a su frente, para equilibrar el combate amagando al mismo tiempo flanco de la Infantería realista, y teniendo la fortuna de lograr su golpe, hizo perder su posición en derrota a los Lanceros del Rey. El comandante Alvarado que a esta sazón ya había reorganizado los dos batallones de su división, y veía acercarse el refuerzo de la reserva, proclamó la tropa exhortándola a un nuevo esfuerzo de coraje, terminando con las palabras ‘¡Soldados! ¡Vamos a triunfar’. En efecto, la tropa respondió con un grito entusiasta de ‘Viva la patria’, y ambos cuerpos volvieron sobre el enemigo con la mayor serenidad, arma al brazo, a son de música. Fue tal la embestida que se le dio que no pudieron resistirla, se desordenó, volvió caras, y nuestra división se posesionó de la altura y de la artillería. Los españoles a su turno fueron perseguidos por la espalda en cuesta abajo por los Batallones núm. 8 y Cazadores, sufriendo igual o mayor destrozo que el que ellos habían causado a nuestras filas poco antes. Aunque reforzados por un cuerpo de su reserva que unidos hacían esfuerzos por recuperar la posición perdida, no sólo no lo lograron, sino que, a bala y bayoneta se les hizo retroceder y aun se les desalojó de la segunda colina en que pensaron hacer pie firme: en este segundo ataque fue que Vasconcelos recibió su herida en la boca, y su capitán le mandó al hospital de sangre a retaguardia, diciéndoles, que fuese a reunirse a los otros heridos que se habían despachado de la posición que acababan de dejar. Vasconcelos dice, que se vendó su herida con dos pañuelos que llevaba, y echando al hombro su fusil que tenía cargado, se puso en marcha a buscar el hospital, cruzando el campo que estaba sembrado de cadáveres y heridos. Se había alejado ya como tres a cuatro cuadras a retaguardia de la línea, cuando de improviso se levantó uno de los realistas que habían caído heridos pocos minutos antes, sin la menor duda de esos acérrimos empecinados por su rey, a atacar a Vasconcelos que pasaba solo; a los improperios de furiosa rabia que vomitaba aquel español, se enderezaron otros y otros, hasta cinco sucesivamente de aquí y de más allá, al ver a un insurgente caminar mudo, bañado el pecho y la cara en sangre, e indefenso; porque no se veía en su alrededor ninguno que pudiera socorrerlo. Vasconcelos viéndose en tan supremo conflicto y considerando que iba a ser víctima indefectible de aquellos furiosos desalmados cuyos insultos le daban la medida de su saña, se resignó a su fuerte, al reflexionar que no le quedaba otra alternativa que morir matando (1). Hecha esta resolución se echó el fusil a la cara poniéndole los puntos al que se le acercaba con más ahínco, él disparó el tiro y tuvo la fortuna de voltearlo: echó mano incontinenti a otro cartucho, porque ya venía otro acercándose a acometerlo, que presumió que traía su fusil descargando porque venía calando bayoneta; más calculando que por venir tan inmediato no le daría tiempo para sacar la baqueta y atacar el tiro, puso el cartucho al cañón, dio un golpe en el suelo con la culata, echó el fusil a la cara, le disparó el tiro y lo volteó, todo fue obra de muy pocos instantes; pero observando que los otros tres no se arredraban ni por haber visto caer a dos de sus compañeros, y calculando que por estar ya tan cerca no le alcanzaría el tiempo para cargar de nuevo y voltear otro si podía; encontrándose rodeado y sin más arbitrio que pelear cuerpo a cuerpo, tomó el fusil con la mano izquierda para que le sirviese como de escudo, y con la derecha echó mano a su puñal que llevaba a la cintura. A los primeros golpes dice, que ya conoció la poca destreza de sus competidores en el arma blanca, o porque sus heridas no les permitiesen mayor desenvoltura, pero el hecho fue que estas ventajas dieron a Vasconcelos nuevo aliento y entereza a sus fuerzas, y poco después a favor de un salto súbito que dio sobre uno de ellos, consiguió acertarle la cuchillada que le abrió el vientre y lo volteó, mientras que los otros dos lo acosaban a bayonetazos. Este tan desventajoso combate y agitación habían debilitado tanto sus fuerzas, que hubo momentos en que desesperaba de su suerte; pero al considerar que un nuevo esfuerzo podía conservarle la vida, sacó fuerzas de flaquezas y acometió al que le ofrecía más ventajas por su falta de agilidad, y parándole un bayonetazo con el fusil que tenía en la mano izquierda, le acertó una puñalada con la derecha que lo tendió en tierra, y entonces arremetió al quinto con la resolución de dar fin a tan fatigosa escena con su vida o con su triunfo. Mas aunque el español era valiente y ágil, parece que la Providencia lo disponía de otro modo. En esos momentos se avistó una partida de quince o veinte milicianos de Aconcagua que pasaban a galope por aquel paraje, y este auxilio estimuló su ánimo y concluyó con el último de sus asesinos. En esto llegó la partida que lo reconoció como soldado de la patria por su uniforme, y dándose a entender por señas con el oficial, tanto de su estado cuanto del lance que acababa de tener lugar, el oficial lo hizo montar en el caballo de uno de sus soldados y que lo acompañasen dos hasta el hospital, en precaución de otro encuentro semejante o de cualquier caso imprevisto.”
Sello postal por el 150° aniversario de la Batalla de Maipú. La imagen elegida es el cuadro del artista chileno Pedro Subercaseaux Errázuriz: "El abrazo de Maipú" (1904). |
Por conclusión, réstame sólo declarar que yo no he sido testigo presencial de los movimientos militares y pormenores del suceso personal que abarca esta relación, por cuanto ellos tuvieron lugar en la extrema izquierda de la línea del ejército de la patria, y yo me encontraba con el Cuerpo de Artillería a que pertenecía, formando el 5º Escuadrón maniobrero del Regimiento de Granaderos a Caballo, que como de caballería era la división que ocupaba la extrema derecha. Debiendo agregar en obsequio de la verdad histórica, que siendo la precedente relación tan verosímil como conforme a las referencias que de boca en boca se transmitían entre la oficialidad del ejército en los días subsiguientes a esa victoria de eterna recordación, y lo que es aun más, de una perfecta semejanza a los diversos conceptos del parte detallado en que el general San Martín describe esa espléndida función de la guerra de la independencia, yo por mi parte no he trepidado en aceptarla con toda la veracidad que merece. (2)
Nada dice Espejo sobre lo que sucedió entre la Batalla de Maipú y su encuentro con Vasconcelos en Paraná… En líneas generales, el soldado siguió su carrera militar, en la que fue alcanzando grados superiores por sus méritos en los distintos campos de batalla, y llegó a luchar en el ejército de Facundo Quiroga.
Lo relatado pudo haber sucedido… o no. La hazaña puede estar exagerada… o no. Pero es, sin lugar a dudas, una verdadera curiosidad, perdida en el tiempo… tal vez de las tantas que debieron suceder a lo largo de los más de 200 años de historia argentina, y que jamás conoceremos.
Notas:
(1) “Los escuadrones de la escolta y cazadores a caballo al mando del bravo coronel Freire cargaron igualmente, y a su turno fueron cargados en ataques sucesivos. No es posible, señor Exmo., dar una idea de las acciones brillantes y distinguidas de este día, tanto de cuerpos enteros, como jefes e individuos en particular; pero si puede decirse que con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido: también puede asegurarse, que jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme, ni más tenaz. La constancia de nuestros soldados y sus esfuerzos, vencieron al fin, y la posición fue tomada regándola en sangre y arrojando de ella al enemigo a fuerza de bayonetazos” (período del parte detallado del general San Martín al Supremo Director de las Provincias Unidas, publicado en La Gaceta de Buenos Aires Nº 67, del miércoles 22 de abril de 1818).
(2) LA REVISTA DE BUENOS AIRES - Historia americana, literatura y derecho, año 1, nº 4, agosto de 1863, págs. 543 a 550.