domingo, 13 de febrero de 2011

Pide un deseo, pero piénsalo con cuidado...

Una de las primeras cosas que aprendemos los seres humanos es a hacer realidad nuestros deseos. Al principio, probablemente, desde los caprichos; luego evolucionamos, y aprendemos a trabajar por ellos, los buscamos desde un lugar más activo, nos movilizamos para lograrlos. Los cuentos que nos relataban nuestras abuelas nos enseñan que es posible "desear" y que un genio nos cumpla nuestros pedidos sin más esfuerzo que esperar unos instantes, sin necesidad de preocuparnos por el resultado, pues está claro que será feliz.
Al crecer, nos damos cuenta de que el asunto de anhelar es mucho más complejo de lo que pensábamos, y que el final feliz no siempre se da, pues comienzan a jugar una serie de factores que en nuestra cabeza infantil no existían. A pesar de que ese genio que resolvía a nuestros caprichos (como nuestros padres responden a nuestro llanto para saciar un deseo) no es real, es factible cumplir nuestros deseos, aunque recurrir a métodos "mágicos" puede hacernos pagar un alto impuesto por evitar la espera y el esfuerzo para obtener nuestros propios resultados.
Los deseos son ínsitos al hombre, el problema es que en toda su historia, éste no ha aprendido a llevarlos a cabo sin ambición y con inteligencia. Ya en la Antigüedad, Ovidio nos cuenta en el mito de Eneas la historia de una antigua sibila, a quien Febo intenta seducir; ante la negativa de la mujer, el dios sol utiliza una última táctica y le ofrece hacerle realidad un deseo. La doncella, mientras alza un puñado de arena le pide a Febo vivir tantos años como granos de arena encierra en sus manos, al tiempo que le reitera su negativa de renunciar a su castidad. Ya sabemos que los dioses griegos son amantes de los castigos como moralejas, Febo le cumple el deseo, le otorga la longevidad, pero no la juventud para acompañar la petición. "Ya me ha vuelto la espalda la edad feliz y ha llegado con paso trémulo la débil vejez, que todavía he de soportar durante largo tiempo [...]. Llegará un día en que tan larga sucesión de días reducirá mi altura, y mis miembros, consumidos por la vejez, serán reducidos a un peso pequeñísimo; y no parecerá que fui amada y agradé a un dios", se lamenta la pitonisa. Más allá de que suena descabellado aceptar un ofrecimiento como ése sin pensar en dar nada a cambio, y mucho más si quien lo ofrece es un dios... ¿acaso a alguno de nosotros se nos hubiera ocurrido pensar en ese detalle de la juventud sin fin?
La literatura, por su parte, también se hace eco del tema y nos avisa que, ante la posibilidad de solicitar una gracia, lo hagamos con cuidado, sabiendo que eso que pedimos responde a una cadena de acciones, y que por lo tanto tendrá una reacción.
El escritor y humorista inglés W. W. Jacobs nos acerca "La pata del mono", un relato en el que nos alerta sobre esta situación, y nos deja entrever que en la vida todo tiene un costo. Así, por ejemplo, la simple solicitud de una suma de dinero para pagar una hipoteca, que le es concedida al personaje del relato por el amuleto oriundo de la India, llega como una indemnización por la muerte del hijo del solicitante...
En el conjunto de deseos más peligrosos se encuentran los que surgen de nuestras entrañas en momentos de enojo. Si no somos capaces de pensar con frialdad un deseo en estado de tranquilidad, cuánto menos en medio de un arrebato, justo en momentos en que nuestros deseos se vuelven básicos, hasta salvajes. El psicoanalista Bruno Bettelheim explica que "muchos cuentos describen el resultado trágico de los deseos temerarios, que uno tiene porque anhela algo con exceso o porque no puede esperar a que las cosas se produzcan a su debido tiempo. Ambos estados mentales son típicos del niño". Y cita dos cuentos de los hermanos Grimm que sirven de ejemplo: "Hans, mi pequeño erizo" (en el que, frustrado por no poder tener un hijo debido a la infertilidad de su mujer, un hombre exclama que desea tener un descendiente aunque fuese un erizo... bien, no hace falta pensar mucho para darse cuenta que la mujer queda embarazada, y cómo siguió la historia) y "Los siete cuervos" (un hombre enojado con "la vida" porque tuvo una niña en lugar de otro varón, manda a sus hijos a buscar agua para bautizar al nuevo miembro de la familia, y ante la tardanza de éstos exclama "desearía que mis hijos fueran cuervos"... para qué seguir explicando cómo continúa el relato). Sin embargo, a diferencia de la historia de Jacobs, los cuentos referenciados brindan la posibilidad de redención y final feliz. En el primero, el erizo ayuda al rey cuando éste se pierde en el bosque, y como recompensa, el soberano le ofrece la mano de su hija (¿en qué estaría pensando este hombre?), quien cumple el mandato paterno y se casa con el animal... pero como el amor es más fuerte, una vez que sucede esto, el erizo logra transformarse en ser humano. En el segundo relato, la niña (causa "inocente" de la suerte de sus hermanos) viaja al "fin del mundo" y hace un enorme sacrificio que permite a sus hermanos recobrar sus cuerpos antropomorfos, y todos viven felices por siempre.
Cumplir los deseos no es tarea sencilla, y buscar atajos para hacerlo puede resultar peligroso. Por lo pronto, tengamos en claro que nuestros deseos no se cumplen por arte de magia, y que todo forma parte de una gran cadena de acontecimientos. Ya lo dice la conocida frase: "Ten cuidado con lo que deseas, porque puede volverse realidad"...